Educación y conciencia social
Para quienes hemos vivido muchos años, la visión de la historia que se va desenvolviendo nos permite tener una percepción adecuada de cómo los fenómenos históricos se enlazan, primero unos con otros y, en el interior de cada evento, en las distintas dimensiones de las ciencias humanas que inciden sobre el fenómeno, evento, protagonistas y red social. Esta reflexión viene a cuento después del estímulo mutuo que nos dimos tres personas en una conversación en la que privó la añoranza por las épocas de nuestra primaria y secundaria, allá por los años 40 y 50 del siglo pasado.
Lo que nos tocó vivir en aquella época era un verdadero auge de la creatividad, productividad y dedicación de nuestros maestros de primaria y secundaria en sistemas y agrupamientos que después hemos llegado a comprender como movimiento histórico. En aquella época, era un orgullo para muchos estudiar la Escuela Normal para Maestros, para después formar parte de equipos de maestros vocacionalmente adecuados, preparados y capaces de un compromiso sostenido. La Secretaría de Educación Pública propiciaba y permitía la oportunidad de que estos equipos con líderes comprometidos en la labor de la enseñanza se concentraran en escuelas escogidas, recibieran apoyos materiales y estímulos para producir libros de texto y se les dejaba en libertad para desarrollar su tarea vocacional en un ambiente de motivación constante para la búsqueda de la excelencia en el conocimiento.
Mis interlocutores y yo tuvimos el privilegio de haber sido alumnos de tales grupos en la primaria, en la secundaria y en la preparatoria. Reconocemos que la enseñanza que recibimos era de una calidad superior a la que se recibía en las escuelas particulares, que los libros de texto que se usaban eran escritos en su mayoría por estos mismos maestros, y que la metodología pedagógica que compartían estos maestros era la de inspirar, motivar, guiar y gratificar las mismas actitudes creativas, activas de ayuda mutua y trabajo en equipo, sin chicotes, ni amenazas, ni competitividad egoísta.
Algunos de nosotros tuvimos ocasión de emigrar temporalmente a los Estados Unidos y nos encontramos con la sorpresa agradable de que nuestra enseñanza primaria y secundaria nos permitía llevarles una delantera notable a los primos de allende el Bravo. Esto no se daba solamente como cantidad de información, o por calidad literaria o científica, sino también en los términos de primera importancia que siguieron siendo la inspiración, la motivación y el compromiso en la búsqueda del conocimiento. Al llegar a otros países, ya como profesionistas, hemos tenido ocasión de comprobar la misma capacidad y conocimientos.
Esta descripción nostálgica nos puede servir de telón de fondo para asomarnos al devenir de la educación en México 60 años después. El movimiento histórico tiene su principio en la biología, ya que de 20 millones de mexicanos pasamos a ser más de los 100 millones de población. El crecimiento de los establecimientos educativos en el país se ha realizado de manera horizontal para poder brindar el acceso a la inmensa mayoría de la población a los establecimientos educativos. Este esfuerzo de crecimiento de la oferta educativa oficial incluye la creación de los libros de texto gratuitos como instrumento pedagógico generalizado, y la incorporación de cientos de miles de maestros bajo cuya responsabilidad está la aplicación de la tarea educativa.
Por otra parte, la educación privada ha tenido que crecer y ofrecer alternativas ante las dificultades para satisfacer la demanda a través de las escuelas oficiales, ya que se creó un nicho comercial que propicia este desarrollo. Cae por su propio peso que un desarrollo numérico de tal magnitud deja de lado la excelencia y la posibilidad de que el proceso educativo estimule la diferenciación, el crecimiento y el desenvolvimiento productivo de los talentos diferentes que existen en unos y otros niños y adolescentes. La calidad de la educación, la posibilidad de ser inspirados, guiados y gratificados en una búsqueda activa del conocimiento se han perdido con la masificación de las tareas educativas, con la legislación que hace, de los alumnos, cosas o números y con el rasero mínimo y pobre dado por los textos gratuitos. A esto hay que agregar la utilización inmoral de grandes cantidades de maestros como tropas de choque en los llamados “movimientos políticos”, que no son más que las pugnas entre pandillas que buscan, ejercen y corrompen el poder para enriquecerse.
La agilidad creativa y el valor real de la educación se diluye al punto de perderse en un mar de reglamentos para todos, a pesar de los rituales simbólicos de las escuelas públicas y privadas, que intentan reconocer a quienes sacan la cabeza por encima de una mediocridad pasiva en la que se pierde nuestra historia y se diluye nuestra cultura. Los estímulos que se ofrecen también se diluyen y se pierden al no haber estudios reales de casos o programas adecuados con la continuidad requerida.
En esta secuencia de hechos históricos, a algunos nos ha tocado presenciar o participar en algunas etapas. Por ejemplo, plantear la educación abierta automatizada, iniciar especialidades en México tales como psiquiatría y psicoanálisis con niños y adolescentes, plantear la atención a personas talentosas y otros proyectos que fueron tomando forma y fuerza frente a las necesidades educativas que se veían en el país desde hace más de cuatro décadas. Ha sido estimulante la experiencia de acompañar la crítica social con el análisis de los problemas y el planteamiento de soluciones, sobre todo si no está uno solo, si existe la compañía de otras mentes creativas, si hay personas que lo acompañan a uno en las visiones a futuro de un pais necesitado de soluciones más que de lamentaciones.
Cuando surgen las ideas en el mundo de la educación, como sucede en otras áreas, hay ocasiones en las que las soluciones planteadas nos permiten ofrecer un plan, o bien somos testigos de los esfuerzos de otros, que demuestran que a las ideas les llega su tiempo de realización. Sabemos que muchas de estas ideas, en el ambiente conservador y cerrado de las instituciones, son tomadas por personas que, de otro modo, continuarían en el letargo de la mediocridad, pero no son capaces de abrirse al reconocimiento de nuevas iniciativas por temor a perder “el hueso”, y acaban por plantear programas superficiales, de ésos que “visten mucho”, pero carentes de profundidad y trivializados en poco tiempo.
Es tiempo de que en México se examine el proceso educativo con ojos críticos para puntualizar hacia donde profundizarlo, de manera que dejemos de cultivar denominadores comunes mediocres y accedamos a un mundo cambiante que ya nos ha dejado atrás. No bastan las quejas. La exigencia es para cada uno en su esfera de acción.