viernes, 19 de noviembre de 2010

EL CAMINO RECORRIDO, CINCUENTA AÑOS DESPUES--------

A lo largo de los últimos años, los compañeros de la generación 53 de la Facultad de Medicina de la UNAM nos hemos estado reuniendo en un desayuno mensual que nos ha llevado a distintas celebraciones de nuestra historia común, algunas formales y otras como actividades sencillas de intercambio, nostalgia y relatos. Ahora nos aproximamos a cumplir cincuenta años de haber terminado la carrera, y al mirar atrás y ver el camino recorrido, siento la invitación a hacer un relato de lo que me ha tocado forjar, protagonizar o simplemente presenciar en medio siglo de ejercicio profesional en el campo de mi especialidad.

Yo decidí estudiar Medicina para hacerme psiquiatra y aspirar a convertirme en psicoanalista, todo ello a partir de una adolescencia que buscaba intensamente las explicaciones de los fenómenos físicos, mentales, emocionales y sociales que forman parte de tan tormentosa etapa de la vida. Me tocó enfrentar que la preparación en Psiquiatría, artesanal entonces en mi país, tenía programas estructurados en otras partes, y emigré a Montreal para formarme como psiquiatra y a Chicago para hacerme especialista en niños y adolescentes.
Durante mis años de residencia especializada, la Psiquiatría disfrutaba del movimiento de disminuir las estancias en hospitales psiquiátricos, gracias al auge de una abigarrada generación de medicamentos antipsicóticos derivados de la cloropromazina, y de los antideptresivos tricíclicos. Estos medicamentos transformaron la hospitalización, de custodial por largo tiempo, al control y compensación de cuadros severos en pocas semanas o meses, reintegrando un alto porcentaje de pacientes a cierto grado de funcionalidad en sus comunidades.
Los siguientes años fueron de pugna entre la Psiquiatría Dinámica y la Psicofarmacología. Algunos propugnaban por el uso intensivo de medicamentos y descalificaban las psicoterapias como inútiles; a su vez, los psicoterapeutas y psicoanalistas llamaban a esta postura una exageración deshumanizante, y defendían las intervenciones psicoterapéuticas como las únicas válidas. Los colegas más cercanos a las Neurociencias y a la Psicofarmacología pensaban que era suficiente con la intervención bioquímica en los intercambios neuronales para modificar las enfermedades y hasta las funciones mentales en sí mismas. Por el contrario, los psicoterapeutas y psicoanalistas pretendían que todo era modificable mediante interpretaciones psicodinámicas, o aprendizajes nuevos, o con la modificación de la conducta normal o patológica.
El desarrollo de las Neurociencias y de la Genética han ido diferenciando las funciones que cada tipo de intervención desempeña en el tratamiento psiquiátrico, contribuyendo a la mejor comprensión de los diferentes diagnósticos que hacemos. Así, nos asomamos a enfermedades que ahora se entienden en sus mecanismos biológicos como el trastorno bipolar, la esquizofrenia, las depresiones mayores o endógenas y otras. Por otro lado, se han podido comprobar evidencias imagenológicas y metabólicas de cambios biológicos que se deben, sin duda, a intervenciones psicoterapéuticas, por lo que las pugnas excluyentes hace tiempo que no tienen razón de ser.
Es como si fuéramos entendiendo que el “hardware” del Sistema nervioso Central tuviera una serie de programas o “software”, que eslabonan a miles de conexiones por las que circulan contenidos específicos en “megabytes” que, merced a la simbolización que el propio individuo hace de sus materiales clave, va modificando las conexiones y la intensidad de lo que circula entre las conexiones, con efectos notables hasta en las estructuras neurológicas afectadas. Lo mismo se puede medir como los efectos de los medicamentos que como efecto de las experiencias de vida, y los especialistas estamos obligados a saber de las múltiples aportaciones al conocimiento del devenir mental, sano o enfermo, haciendo uso de modelos múltiples que nos permiten una comprensión cada vez mejor de la actividad de la mente.
En nuestro país, se fueron formando instituciones y servicios desde la década de 1940. Cuando se aproximaba mi regreso, el “pabellón de niños” de la vieja Castañeda se estaba transformando en el Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”; el flamante Instituto Nacional de Neurología iniciaba servicios de Psiquiatría Infantil; funcionaban, desde años atrás, la Clínica de la Conducta y el servicio de Higiene Mental del Hospital Infantil de México, así como el Tribunal para Menores y otros aspectos de la Psiquiatría Infantil forense.
En estas instituciones, el personal clave estaba formado por un buen número de psiquiatras y psicoanalistas que no tenían una formación académica específica en Psiquiatría Infantil, pero todos ellos eran profesionistas inteligentes y creativos, estudiosos e informados de lo que se desarrollaba en el mundo en esta subespecialidad de la Psiquiatría.
Cuando regresé a México, y en los años subsiguientes, regresaron también algunos compañeros que habían recorrido el mismo camino, y al reconocernos, comenzamos a formar un núcleo de “especialistas formales” que dialogamos fraternalmente con los colegas que llevaban tiempo ocupándose de hacer Psiquiatría Infantojuvenil en las instituciones asistenciales, en la consulta privada y en los ambientes académicos. Poco a poco se hizo un solo grupo, hasta que decidimos fundar la Asociación Mexicana de Psiquiatría Infantil (AMPI), proponer un curso formativo de la subespecialidad, incorporarnos a la vida institucional y ofrecer diversos niveles de conocimientos, formaciones y divulgación de nuestro trabajo.

En esta dinámica, lo que ya había de servicios, principalmente la Clínica de la Conducta en la SEP, el Servicio de Higiene Mental en el Hospital Infantil y de Psiquiatría infantil en el Instituto Nacional de Neurología, y los servicios del Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”, entonces flamante y recién inaugurado, se vieron complementados en el Hospital del Niño IMAN, hoy Instituto Nacional de Pediatría, en el servicio correspondiente del Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional del IMSS, y con servicios o especialistas en diversas áreas del Instituto Nacional de Neurología, del IMSS y del ISSSTE. Más recientemente, la creación del Instituto Nacional de Psiquiatría abrió un espacio nuevo para la investigación, las subespecialidades y la capacitación de posgrado, en el que se incluyen algunas actividades, sobre todo académicas y de investigación, dentro de la Psiquiatría Infantil. Tanto los pioneros de esta subespecialidad, como los “nuevos” que fuimos llegando, trabajábamos en todos estos escenarios, participábamos en la docencia en el Curso (Maestría) de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia en la Facultad de Medicina de la UNAM, y en otros muchos cursos para psiquiatras, psicólogos, educadores de diversas escuelas, terapeutas de todo tipo y público abierto, en aulas, auditorios, escuelas, periódicos, radio y televisión.

Con el paso de los años, nuestros alumnos se han quedado trabajando productivamente en las instituciones, en las sociedades médicas, en las universidades y en los medios de comunicación. Naturalmente, aquellos que han tenido los atributos personales de liderazgo, o el apadrinamiento de los altos funcionarios, han tenido oportunidades para lograr metas personales en la vida institucional, en los ámbitos académicos o para destacar en la vida social de sus comunidades. Por el contrario, el grueso de las actividades de la Psiquiatría Infantil han adolecido de no tener sus “campeones” políticos y sociales, ya que en nuestro país solamente reciben atención los niños y adolescentes que pueden ser explotados para efectos televisivos o narcisismos políticos. Muestra de ello es que el único hospital psiquiátrico para niños y adolescentes del país recibe, desde hace años, la amenaza de desaparecer porque viste más la Cancerología, el Genoma Humano o el poder del “grupo brillante” en turno.


Lo verdaderamente importante es que estos esfuerzos han tenido la continuidad de lo que constituye la dinámica de la subespecialidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia: comienza con el estudio constante y a profundidad del proceso del desarrollo del ser humano, considera que la Psicopatología es una desviación de lo que sería el desarrollo esperado para cada paciente, dadas sus condiciones biológicas, psicológicas y sociales, y trabaja en conjunto con otras disciplinas para procurar la realización de potencial de cada niño, adolescente y su familia. Así, los trabajos de los paidopsiquiatras se conjugan con los de los pediatras, psicólogos, neurólogos, terapeutas de lenguaje y aprendizaje, maestros, psicoterapeutas de diversas escuelas, padres, abuelos, hermanos y tíos, etcétera. La comparación entre lo que se manejaba conceptualmente antes y lo que ahora es conocimiento en todos los niveles habla de un idioma compartido por toda esta gente en la actualidad: curiosidad y conocimientos reales acerca del desarrollo, que se escuchan desde los núcleos familiares hasta los teóricos de la Pedagogía, de la Sociología, de la Antropología y de la Ciencia Política, indicadores todos de cómo la visión del ser humano como organismo en evolución fija la perspectiva de todos.

Este campo, el desarrollo del ser humano, está presente en la visión de un alto porcentaje de la población actual, tanto lega como profesional. Tiene consecuencias que apenas se encuentran en formulaciones nuevas de leyes y reglamentos, en las acciones que buscan complementar a la familia para detener y evitar el abandono, el abuso y el maltrato que desafortunadamente se descubren con mayor frecuencia cada vez en nuestras poblaciones. Comienzan a tener relevancia en las aproximaciones científicas a los programas escolares, a pesar de que se encuentran tan lamentablemente contaminados por las luchas de poder. Las acciones filantrópicas de distintos grupos comienzan también a incluir los parámetros del desarrollo en la consideración de sus programas, y a utilizarlos en la medición de sus resultados.

Desgraciadamente, no ha habido un crecimiento mayor de nuestra especialidad porque los funcionarios responsables de crear servicios y programas no comparten esta visión a largo plazo de lo que es la atención a la salud mental en los tres niveles de prevención, porque no se han abierto mayores espacios formativos para la Psiquiatría Infantil y porque aún las instituciones que la practican son vulnerables a la miopía de autoridades que son capaces de cerrar un hospital en lugar de multiplicarlo por todo el país. Acaso es porque la visión del desarrollo abarca más de un sexenio, no grita con machetes en ninguna parte ni interrumpe el tránsito, o bien porque la ignorancia no duele…..

En lo personal, en medio de esta dinámica institucional y académica, fui llegando a las siguientes metas en mi plan de vida: me preparé como psicoanalista, como psicoanalista de niños y adolescentes y como analista didacta. Los conocimientos a los que me asomé como adolescente se fueron convirtiendo en mi campo profesional, expresado en el desempeño de funciones institucionales de diversas magnitudes, pero más que nada en el ejercicio clínico, en la docencia y con una pluma relativamente conocida. La conservación de nuestras relaciones personales, societarias e institucionales con otros países nos permite medir cuáles desarrollos de nuestro trabajo constituyen un avance y cuáles no, y por qué razones. El criterio que ejercemos ajustados a nuestra realidad nacional forma parte del diálogo internacional continuo que celebramos con nuestros colegas de otras latitudes, y nos permite participar en congresos, cursos, intercambios acadèmicos y clínicos, etc.


El paso de medio siglo me ha permitido seguir creciendo y desarrollándome, junto con mis colegas de especialidad, y con muchos de los compañeros de la generación 53 con los que sigo en contacto. Algunos de ellos forman parte de mi mundo desde la secundaria o la Prepa 1 de San Ildefonso, pero todos compartimos tiempos de excelencia en la Facultad de Medicina, y somos herederos del ejemplo de maestros, de la enjundia de nuestros pares, y del estímulo de nuestros pacientes para seguir avanzando en el trabajo clínico, en la enseñanza y en la investigación.

EL CAMINO RECORRIDO, CINCUENTA AÑOS DESPUES--------

A lo largo de los últimos años, los compañeros de la generación 53 de la Facultad de Medicina de la UNAM nos hemos estado reuniendo en un desayuno mensual que nos ha llevado a distintas celebraciones de nuestra historia común, algunas formales y otras como actividades sencillas de intercambio, nostalgia y relatos. Ahora nos aproximamos a cumplir cincuenta años de haber terminado la carrera, y al mirar atrás y ver el camino recorrido, siento la invitación a hacer un relato de lo que me ha tocado forjar, protagonizar o simplemente presenciar en medio siglo de ejercicio profesional en el campo de mi especialidad.

Yo decidí estudiar Medicina para hacerme psiquiatra y aspirar a convertirme en psicoanalista, todo ello a partir de una adolescencia que buscaba intensamente las explicaciones de los fenómenos físicos, mentales, emocionales y sociales que forman parte de tan tormentosa etapa de la vida. Me tocó enfrentar que la preparación en Psiquiatría, artesanal entonces en mi país, tenía programas estructurados en otras partes, y emigré a Montreal para formarme como psiquiatra y a Chicago para hacerme especialista en niños y adolescentes.
Durante mis años de residencia especializada, la Psiquiatría disfrutaba del movimiento de disminuir las estancias en hospitales psiquiátricos, gracias al auge de una abigarrada generación de medicamentos antipsicóticos derivados de la cloropromazina, y de los antideptresivos tricíclicos. Estos medicamentos transformaron la hospitalización, de custodial por largo tiempo, al control y compensación de cuadros severos en pocas semanas o meses, reintegrando un alto porcentaje de pacientes a cierto grado de funcionalidad en sus comunidades.
Los siguientes años fueron de pugna entre la Psiquiatría Dinámica y la Psicofarmacología. Algunos propugnaban por el uso intensivo de medicamentos y descalificaban las psicoterapias como inútiles; a su vez, los psicoterapeutas y psicoanalistas llamaban a esta postura una exageración deshumanizante, y defendían las intervenciones psicoterapéuticas como las únicas válidas. Los colegas más cercanos a las Neurociencias y a la Psicofarmacología pensaban que era suficiente con la intervención bioquímica en los intercambios neuronales para modificar las enfermedades y hasta las funciones mentales en sí mismas. Por el contrario, los psicoterapeutas y psicoanalistas pretendían que todo era modificable mediante interpretaciones psicodinámicas, o aprendizajes nuevos, o con la modificación de la conducta normal o patológica.
El desarrollo de las Neurociencias y de la Genética han ido diferenciando las funciones que cada tipo de intervención desempeña en el tratamiento psiquiátrico, contribuyendo a la mejor comprensión de los diferentes diagnósticos que hacemos. Así, nos asomamos a enfermedades que ahora se entienden en sus mecanismos biológicos como el trastorno bipolar, la esquizofrenia, las depresiones mayores o endógenas y otras. Por otro lado, se han podido comprobar evidencias imagenológicas y metabólicas de cambios biológicos que se deben, sin duda, a intervenciones psicoterapéuticas, por lo que las pugnas excluyentes hace tiempo que no tienen razón de ser.
Es como si fuéramos entendiendo que el “hardware” del Sistema nervioso Central tuviera una serie de programas o “software”, que eslabonan a miles de conexiones por las que circulan contenidos específicos en “megabytes” que, merced a la simbolización que el propio individuo hace de sus materiales clave, va modificando las conexiones y la intensidad de lo que circula entre las conexiones, con efectos notables hasta en las estructuras neurológicas afectadas. Lo mismo se puede medir como los efectos de los medicamentos que como efecto de las experiencias de vida, y los especialistas estamos obligados a saber de las múltiples aportaciones al conocimiento del devenir mental, sano o enfermo, haciendo uso de modelos múltiples que nos permiten una comprensión cada vez mejor de la actividad de la mente.
En nuestro país, se fueron formando instituciones y servicios desde la década de 1940. Cuando se aproximaba mi regreso, el “pabellón de niños” de la vieja Castañeda se estaba transformando en el Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”; el flamante Instituto Nacional de Neurología iniciaba servicios de Psiquiatría Infantil; funcionaban, desde años atrás, la Clínica de la Conducta y el servicio de Higiene Mental del Hospital Infantil de México, así como el Tribunal para Menores y otros aspectos de la Psiquiatría Infantil forense.
En estas instituciones, el personal clave estaba formado por un buen número de psiquiatras y psicoanalistas que no tenían una formación académica específica en Psiquiatría Infantil, pero todos ellos eran profesionistas inteligentes y creativos, estudiosos e informados de lo que se desarrollaba en el mundo en esta subespecialidad de la Psiquiatría.
Cuando regresé a México, y en los años subsiguientes, regresaron también algunos compañeros que habían recorrido el mismo camino, y al reconocernos, comenzamos a formar un núcleo de “especialistas formales” que dialogamos fraternalmente con los colegas que llevaban tiempo ocupándose de hacer Psiquiatría Infantojuvenil en las instituciones asistenciales, en la consulta privada y en los ambientes académicos. Poco a poco se hizo un solo grupo, hasta que decidimos fundar la Asociación Mexicana de Psiquiatría Infantil (AMPI), proponer un curso formativo de la subespecialidad, incorporarnos a la vida institucional y ofrecer diversos niveles de conocimientos, formaciones y divulgación de nuestro trabajo.

En esta dinámica, lo que ya había de servicios, principalmente la Clínica de la Conducta en la SEP, el Servicio de Higiene Mental en el Hospital Infantil y de Psiquiatría infantil en el Instituto Nacional de Neurología, y los servicios del Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”, entonces flamante y recién inaugurado, se vieron complementados en el Hospital del Niño IMAN, hoy Instituto Nacional de Pediatría, en el servicio correspondiente del Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional del IMSS, y con servicios o especialistas en diversas áreas del Instituto Nacional de Neurología, del IMSS y del ISSSTE. Más recientemente, la creación del Instituto Nacional de Psiquiatría abrió un espacio nuevo para la investigación, las subespecialidades y la capacitación de posgrado, en el que se incluyen algunas actividades, sobre todo académicas y de investigación, dentro de la Psiquiatría Infantil. Tanto los pioneros de esta subespecialidad, como los “nuevos” que fuimos llegando, trabajábamos en todos estos escenarios, participábamos en la docencia en el Curso (Maestría) de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia en la Facultad de Medicina de la UNAM, y en otros muchos cursos para psiquiatras, psicólogos, educadores de diversas escuelas, terapeutas de todo tipo y público abierto, en aulas, auditorios, escuelas, periódicos, radio y televisión.

Con el paso de los años, nuestros alumnos se han quedado trabajando productivamente en las instituciones, en las sociedades médicas, en las universidades y en los medios de comunicación. Naturalmente, aquellos que han tenido los atributos personales de liderazgo, o el apadrinamiento de los altos funcionarios, han tenido oportunidades para lograr metas personales en la vida institucional, en los ámbitos académicos o para destacar en la vida social de sus comunidades. Por el contrario, el grueso de las actividades de la Psiquiatría Infantil han adolecido de no tener sus “campeones” políticos y sociales, ya que en nuestro país solamente reciben atención los niños y adolescentes que pueden ser explotados para efectos televisivos o narcisismos políticos. Muestra de ello es que el único hospital psiquiátrico para niños y adolescentes del país recibe, desde hace años, la amenaza de desaparecer porque viste más la Cancerología, el Genoma Humano o el poder del “grupo brillante” en turno.


Lo verdaderamente importante es que estos esfuerzos han tenido la continuidad de lo que constituye la dinámica de la subespecialidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia: comienza con el estudio constante y a profundidad del proceso del desarrollo del ser humano, considera que la Psicopatología es una desviación de lo que sería el desarrollo esperado para cada paciente, dadas sus condiciones biológicas, psicológicas y sociales, y trabaja en conjunto con otras disciplinas para procurar la realización de potencial de cada niño, adolescente y su familia. Así, los trabajos de los paidopsiquiatras se conjugan con los de los pediatras, psicólogos, neurólogos, terapeutas de lenguaje y aprendizaje, maestros, psicoterapeutas de diversas escuelas, padres, abuelos, hermanos y tíos, etcétera. La comparación entre lo que se manejaba conceptualmente antes y lo que ahora es conocimiento en todos los niveles habla de un idioma compartido por toda esta gente en la actualidad: curiosidad y conocimientos reales acerca del desarrollo, que se escuchan desde los núcleos familiares hasta los teóricos de la Pedagogía, de la Sociología, de la Antropología y de la Ciencia Política, indicadores todos de cómo la visión del ser humano como organismo en evolución fija la perspectiva de todos.

Este campo, el desarrollo del ser humano, está presente en la visión de un alto porcentaje de la población actual, tanto lega como profesional. Tiene consecuencias que apenas se encuentran en formulaciones nuevas de leyes y reglamentos, en las acciones que buscan complementar a la familia para detener y evitar el abandono, el abuso y el maltrato que desafortunadamente se descubren con mayor frecuencia cada vez en nuestras poblaciones. Comienzan a tener relevancia en las aproximaciones científicas a los programas escolares, a pesar de que se encuentran tan lamentablemente contaminados por las luchas de poder. Las acciones filantrópicas de distintos grupos comienzan también a incluir los parámetros del desarrollo en la consideración de sus programas, y a utilizarlos en la medición de sus resultados.

Desgraciadamente, no ha habido un crecimiento mayor de nuestra especialidad porque los funcionarios responsables de crear servicios y programas no comparten esta visión a largo plazo de lo que es la atención a la salud mental en los tres niveles de prevención, porque no se han abierto mayores espacios formativos para la Psiquiatría Infantil y porque aún las instituciones que la practican son vulnerables a la miopía de autoridades que son capaces de cerrar un hospital en lugar de multiplicarlo por todo el país. Acaso es porque la visión del desarrollo abarca más de un sexenio, no grita con machetes en ninguna parte ni interrumpe el tránsito, o bien porque la ignorancia no duele…..

En lo personal, en medio de esta dinámica institucional y académica, fui llegando a las siguientes metas en mi plan de vida: me preparé como psicoanalista, como psicoanalista de niños y adolescentes y como analista didacta. Los conocimientos a los que me asomé como adolescente se fueron convirtiendo en mi campo profesional, expresado en el desempeño de funciones institucionales de diversas magnitudes, pero más que nada en el ejercicio clínico, en la docencia y con una pluma relativamente conocida. La conservación de nuestras relaciones personales, societarias e institucionales con otros países nos permite medir cuáles desarrollos de nuestro trabajo constituyen un avance y cuáles no, y por qué razones. El criterio que ejercemos ajustados a nuestra realidad nacional forma parte del diálogo internacional continuo que celebramos con nuestros colegas de otras latitudes, y nos permite participar en congresos, cursos, intercambios acadèmicos y clínicos, etc.


El paso de medio siglo me ha permitido seguir creciendo y desarrollándome, junto con mis colegas de especialidad, y con muchos de los compañeros de la generación 53 con los que sigo en contacto. Algunos de ellos forman parte de mi mundo desde la secundaria o la Prepa 1 de San Ildefonso, pero todos compartimos tiempos de excelencia en la Facultad de Medicina, y somos herederos del ejemplo de maestros, de la enjundia de nuestros pares, y del estímulo de nuestros pacientes para seguir avanzando en el trabajo clínico, en la enseñanza y en la investigación.

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