miércoles, 9 de septiembre de 2009

La tesis de la libertad de ser

Cuando yo nací, se reunieron los primeros factores de variedad en mi vida al llevarme a bautizar en la iglesia metodista mi madre protestante, mi padre judío, mi madrina católica y mi padrino musulmán. Esta apertura religiosa se repite a lo largo de mi vida, sobre todo en la adolescencia, en la que busqué siempre las explicaciones diferentes que hay para los mismos fenómenos, sintiendo la libertad de conocer diversos enfoques para tomar decisiones y seguir caminos, explorando siempre cada tema con sus variaciones.

La adolescencia de abrirse a las experiencias se continuó cuando, a media carrera de médico, me fui a Europa a convivir con el mundo del ecumenismo, con la oportunidad maravillosa de conocer personas de todos los continentes, miembros de todo tipo de denominaciones cristianas y, a través de ellos, de los mundos judíos, musulmanes, budistas, shintoístas, etcétera. La configuración de mi mundo fue creciendo en amplitud, en curiosidad, y en todos los estímulos que hacen que mi visión del universo en el que vivo acepte y trate de entender toda suerte de variantes en los modos de vida y de convivencia.

El aparato mental interno que puede manejarse así tiene al psicoanálisis como marco de referencia para no perderse, para conservar la curiosidad y entender lo que se va conociendo, para sistematizar la vida y darle continuidad a pesar de los eventos externos, que tienden a confundir y, con frecuencia, a enloquecer hasta dejar de pensar y acogerse a un sistema de conductas llamadas “convencionales”, o “institucionales”, y que yo he llamado “clientes de la estupidez” por repetitivas, ingenuas e inútiles.

Vivimos ahora en un mundo que nos demanda percibir, clasificar, elegir y llevar a cabo muchos análisis de personas, situaciones, ideas, eventos, para decidir nuestro camino a cada momento y llevar a delante nuestro proyecto de vida. Si nos perdemos, o si abdicamos de nuestro propio pensamiento, acabamos ciertamente siendo “clientes de la estupidez”, siguiendo modas, analizando la vida como nos la pintan otros, sin sentido de la historia—ni la nuestra ni la del país ni la del mundo—y acabamos eligiendo entre A y B, sin considerar las otras veintitantas posibilidades, o sin darnos cuenta de que, quienes lo plantean, son analfabetas buscando a alguien más tonto…….

En este mundo que describo, lo mismo hacen los políticos y los gobiernos que las empresas que venden productos, los grupos que venden “ideologías”, los periodistas que venden puntos de vista, y las religiones que pretenden ser “las únicas” o “las verdaderas”. Todos aspiran a reclutar adeptos que no piensen, que acepten ser miembros de algo, votantes por alguien, subalternos de alguien, “beneficiarios” de quien los maneja, creyentes de una sola manera, sometiendo seres humanos a la calidad de borregos que se manejan en manadas.

Llevamos muchos años y muchas guerras, y muchos muertos y cantidades horrorosas de vidas y dinero desperdiciado viviendo así. No parece haber remedio en los círculos del poder, por la simple razón de que cada círculo de poder tiene como prioridad obtener, detentar, conservar y acrecentar lo que tiene. Las personas no cuentan. Las metas siempre incluyen destruir al otro grupo, y seguir creciendo en poder, dinero, autoridad o lo que constituye la satisfacción narcisista del líder en turno. Si observamos con la mente abierta, nos daremos cuenta de cómo se trata, primero, de manipulaciones a base de declaraciones mentirosas, incompletas, fraccionadas y sin horizonte de metas confesables; enseguida vienen los mensajes diseñados para no propiciar la reflexión porque se presentan como una demanda de decisión inmediata entre dos posibilidades, siempre una “buena” y la otra “mala”; siempre se descalifica, así, al otro y se intenta destruirlo, aunque se detenga la marcha de la comunidad de que se trata.

La alternativa es pensar. Cuando una persona se detiene a pensar, mira lo que está sucediendo a su alrededor, ubica el curso que quiere seguir para continuar su vida y decide con libertad lo que quiere hacer, ya no se aturde con los mensajes, ni se siente obligada a rendirse ante nadie, ni contesta como se lo plantean. Asume el control de su vida y crea su propio camino, no en contra de nadie, sino dentro de una apreciación realista de las posibilidades; tampoco espera que lleguen otros y le propongan soluciones, sino que configura las propias. Cuando ya lo hizo, y valoró los resultados, puede invitar a otros a seguir el mismo camino, aceptando que pueden llegar a puntos diferentes de maneras distintas.

Si el mundo no se comparte de ésa manera, no hay tradición que valga ni contexto histórico que nos amarre. Si no respetamos la diversidad, no hay fórmulas que tengan validez para todos: los pactos sociales ocurren después de los seres humanos, no antes de que se puedan definir por sí mismos. Mientras caigamos en la trampa de dejar que otros piensen y decidan por nosotros, seguiremos siendo borregos, sometidos, esclavos y cautivos.

Cada día puede ser de un mundo nuevo para cada uno.

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