viernes, 29 de mayo de 2009

¿Un año electoral?

Este es un año electoral. Cuando se inician de esta manera las comunicaciones del gobierno, los pronunciamientos de los partidos políticos, las declaraciones de los funcionarios del Instituto Federal Electoral (IFE), parecen referirse a una tarea trascendente que desean que sea avalada por el entusiasmo y participación de la ciudadanía. Si nos referimos al contenido de discursos, conferencias editoriales y artículos periodísticos en cualquiera de los medios de comunicación masiva, el desempeño de esas gargantas privilegiadas y esas nobles plumas parece concretar el esfuerzo que pone todo el mundo de estas profesiones en confirmar que “nuestra democracia crece, y crecemos todos”.

El mensaje político es, por definición, mentiroso y vago. Siempre se trata de comunicar un mensaje en el que parece que se promete lo que todo el electorado ansía, sin especificar ni las intenciones ni las ideas concretas que tienen los candidatos o los partidos. Todos hablan de “justicia social”, pintando un futuro color de rosa si el electorado los favorece, o se aferran a algún otro “slogan” para repetirlo hasta la náusea, pero igualmente vacío y carente de especificidad. Si acaso, algunos de los partidos pueden ser identificados por el pensamiento de sus verdaderos dueños, pero nunca como la descripción de las verdaderas ideas y perspectivas que mueven a estos dueños que son, por supuesto, los representantes de los grupos que verdaderamente utilizan el poder político como instrumento de explotación de una población que resulta, al final del día, constituida principalmente por personas que no piensan, que se creen las promesas y que carecen de los medios para montar una reclamación real o un ajuste de cuentas cuando el engaño es descubierto. Todo queda en la decepción repetida de quienes creen en estos mensajes, puesto que los aceptan como votantes, sin la reflexión que los llevaría a descubrir sus incongruencias desde el principio de las campañas.

Cuando mencionamos las verdades, ideas y perspectivas de los dueños reales del poder en México, no nos estamos refiriendo a la hegemonía romano católica que priva en el PAN, ni al pseudosocialismo populista trasnochado, que ponen por delante los partidos de izquierda, ni a la imagen revolucionaria hecha piedra de quienes así lo proclaman, casi cien años después, aun aferrados a los eventos que ellos mismos traicionaron.
Lo que esperaría un electorado sería el trabajo de formular con valor y convicción un mensaje ideológico, del cual se derivarían proyectos específicos de gobierno que pudieran ser entendidos por los votantes, con la expectativa de que se convirtieran en señales de un rumbo de gobierno definido, llevado a la descripción valiente de estrategias y planes. Pero no. La vaguedad en los mensajes intenta difuminar los colores verdaderos de quienes buscan detentar el poder para fines que no tienen nada que ver con la ideología, pero sí tienen todo que ver con el asalto a los recursos económicos de la nación para establecer un mando, que siempre tenderá a perpetuarse destruyendo a los enemigos y descalificando las alternativas.

Los verdaderos dueños del poder en este país resultan ser los que tienen el poder económico, en primer lugar; en segundo lugar, encontramos a quienes tienen el acceso al poder económico a través del uso de grandes cantidades de personas para ejercer un intento de gobernar al gobierno a través del terrorismo social, mediante el cual nutren la fantasía de que le van comiendo territorio y autoridad a sus rivales, al tiempo que obtienen y esconden las altas cuotas económicas que les permitirán invadir el mundo de los ricos.

Los mensajes con los que se venden estas perspectivas vagas y mentirosas son elaborados, en la actualidad, por profesionales de la comunicación, que lo mismo diseñan y llevan a cabo la campaña de un diputado o senador, que se dedican a vender medio millón más de hamburguesas. Los que se llaman periodistas producen sus mensajes para periódicos, revistas, radio, televisión y páginas web mayormente siguiendo y vehiculizando los mensajes de quienes los emplean. Los textos de esos mensajes son repartidos como boletines de prensa, presentados en artificiosas “entrevistas de banqueta”, en las que se ratifican las mismas mentiras de siempre, son incluidas en interminables, repetitivas y tontas campañas de propaganda de instancias del gobierno, o bien, en última instancia, de plano constituyen exaltaciones y confirmaciones redactadas a favor del patrón. Cuando alguien pretende hacer una labor periodística real, ingresa al ejercicio de una profesión realmente peligrosa. Es más fácil redactar mentiras o infundios que descalifiquen o pongan a la defensiva al rival, ya que en este país no se usa que las acusaciones sean sustentadas, puesto que el acusado es culpable aunque demuestre lo contrario.

Lo que se llama en México proceso de la política, como parte de la convivencia comunitaria, adolece de todas estas características, sin mencionar siquiera las distorsiones adicionales que sufre bajo el influjo de las actividades, componendas, chantajes, cooptaciones, amenazas a individuos y grupos, y realidades de las que está hecha la actividad criminal organizada.
Es como si los llamados partidos políticos, sindicatos mayores (obreros y empresariales) constituyeran un directorio especializado de pandillas dedicadas a la explotación de lo que producen los habitantes de este país como metas inmediatas, sin proyectar hacia adelante la visión de lo que destruyen, la necesidad de los habitantes, la propiciación del desarrollo de las personas o, mucho menos, la dignidad de pertenecer a un país que se desarrolla. La “carne de cañón” de esta guerra entre pandillas no tiene más remedio que irse a un lado o a otro, según la necesidad de sobrevivencia económica. Este directorio incluye, como se ha revelado, pasos de lo “legitimo” a lo “delincuente” sin que realmente haya mucha diferencia.

Describir de esta manera los procesos de la actividad política en México constituye ahora, no solamente una protesta, sino una afirmación que se comparte en muchos círculos de ciudadanos pensantes, a quienes extraña que son cada vez menos los intentos de comunicación, las descripciones de programas específicos, conocer a las personas que votan a través de reales contactos y las explicaciones de los candidatos a los puestos de elección, frente a los votantes de quienes se espera “que piensen y elijan” por quien vota, aunque no se conozca realmente a los candidatos. A estos mismos ciudadanos les ofende que las campañas de participación los traten como si no pensaran, como si no fueran capaces de decidir sus vidas.

Es interesante que la identificación de personas inconformes con el devenir de la actividad política, como se describe, se derive a las conductas electorales de estos inconformes. Hay un común denominador de insatisfacción, decepción y enojo cuyas reacciones se manifiestan en dos vertientes principales: por una parte, darse cuenta de estar en minoría desmotiva la participación de estos ciudadanos y ciudadanas, acrecentando las filas del abstencionismo; por otra parte, ha ido surgiendo y aumentando la necesidad que se siente de manifestar inconformidad a la hora de votar, sin permitir que el voto personal sea usado por otros o simplemente se pierda. En algunos países desarrollados, existen los instrumentos para la cuantificación del voto negativo, que niega la aceptación de los candidatos que se presentan, y lo manifiesta escribiendo un gran NO en cada papeleta o tachando los nombres de todos los candidatos para cada puesto. Ojalá que en México se pudiera hacer esta cuantificación, pues sería una medida clara de la falta de credibilidad de lo que, en este país, ha dado en llamarse partidos políticos.

Si estas son las características operativas de la vida política en nuestro país, no sorprende que haya poca diferencia entre gobernantes y delincuentes, entre brazos armados de la delincuencia y las fuerzas de seguridad. Tampoco sorprende que exista un desarrollo limitado y pobre en las tareas de lucha contra el crimen, y que esto se continúe hacia un proceso judicial cuyos resultados deberían dar vergüenza, por los escasos porcentajes de comprobaciones de delito, condenas y continuidad de sentencias. No digamos nada del alto porcentaje de fugas, juicios incompletos, expedientes “perdidos” o amparos…

Quienes son dueños del poder político en nuestro país podrían, en algún momento, reflexionar y darse cuenta de que a nuestro México lo están convirtiendo en un país inviable que, cada vez más, se va rezagando en un mundo que se mueve hacia delante, gracias a los esfuerzos creativos en muchos países de quienes sí entienden la historia como proceso dinámico y son estimulados por su vida política a reunir a la ciudadanía, gratificar la creatividad y cultivar el entusiasmo de los que sí son capaces de enfrentar los desafíos que la misma historia nos ofrece, como país y como individuos.

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