No necesito La Ballena Azul. Tengo La Ballena Rosa.
El desarrollo explosivo que han
tenido las llamadas redes sociales ha permitido –y de
hecho demandado– la multiplicación de los contenidos de los mensajes que
circulan por ellas. Esto ha propiciado una competencia muy intensa por la atención de
quienes circulan por estas redes de comunicación masiva, haciendo uso de
materiales descriptivos, ilustraciones, videos e imágenes, que advirtiéndolo o
no, van subiendo el tono escandaloso de lo que se comunica en esta competencia.
De
esta manera, los contenidos que podemos encontrar van a llamar la atención,
muchas veces a través de relatos o imágenes impresionantes. Esto va
llevando a una proporción creciente de episodios desagradables, de imágenes o
videos escandalosos que consideran poco la sensibilidad del receptor del
mensaje, afectando así la sensibilidad de los niños ante
informaciones prematuras, o de los adultos frente a contenidos impresionantes
de diversos tipos.
En
estas consideraciones, ocupan un lugar importante los llamados o
las invitaciones a buscar experiencias nuevas cada vez más atrevidas,
muchas veces llevadas a extremos peligrosos sin considerar
el potencial de daño que puedan ocasionar a quienes se
aventuran a seguir el desafío y responder a él. Esto incluye concursos de
desafíos de peligrosidad creciente como en la película Nerve (Netflix)
de cuño reciente, aventuras sexuales y desafíos de proezas físicas peligrosas
para quienes no están entrenados.
Una de estas series de desafíos se ha llevado al
extremo de acercarse a la decisión acerca del suicidio del
protagonista que acepta seguir la secuencia. Lo que se ha llamado La
Ballena Azul sigue un camino negador de las capacidades para disfrutar o
para las aventuras constructivas, buscando extremos que llegan a plantear
situaciones peligrosas o destructivas, como si la visión de la vida, que tienen
quienes se aventuran por ese camino, fuera de un cuestionamiento nihilista, con
la negación de las inmensas posibilidades que tenemos los seres humanos de
contribuir al mejoramiento de cada uno de nosotros.
Así
son los planteamientos que crecientemente aparecen en las redes sociales: cada
vez más impresionantes, cada vez más escandalosos, cada vez más destructivos,
cada vez propugnando por visiones del ser humano como empobrecido: desafiado
a sufrir y en última instancia, desechable porque se
equivocó o no pudo lograr lo que se le pidió.
Aquí,
por todo lo que encuentro en esas comunicaciones, deseo expresar una protesta:
¡Basta ya de buscar el choque negador de la bondad
del ser humano! Propongo que el ser humano es un conjunto enorme de
posibilidades positivas y que engancharse con los mensajes ruidosos,
espectaculares y destructivos –cada vez más comunes– sin tener en cuenta los
valores positivos, es un desperdicio: cuando sin cuestionarlo, vamos
aceptando que somos desechables, sin valor.
Hago
eco a los contenidos de los mensajes en redes sociales cuando
reconocen que frente a las dificultades de todo tipo que la realidad de
la vida nos impone a resolver, la esencia del ser humano tiene contenidos
que permitan buscar y plantear soluciones que, aunque representen
dificultades, somos capaces de llevar a cabo. Muchas veces la
realidad de nuestro crecimiento y desarrollo como personas nos plantea retos más
difíciles que los que plantean los escépticos depresivos en las redes sociales.
Muchas veces vemos frente a nosotros estos retos de vida que
tienen que ver con nuestro crecimiento y nuestro desarrollo esperado y deseado,
como abrumadoras tareas irrealizables, pero acometemos nuestros intentos de
solución con el espíritu alto y no derrotados de antemano (!).
¿Cuántas veces podemos hacer más, si estamos
inspirados? ¿Cuántas veces nuestra enjundia
procede de la insatisfacción y el enojo? ¿Cuántas veces la búsqueda de lo bello
nos permite superar lo siniestro, protestar ante lo desagradable o destructivo?
Ésta es una de esas veces. Es una invitación a mirarnos y a decidir que el
ser humano está lleno de potencialidades para realizar el desarrollo de su
persona más allá de lo que pensaba. En ese mundo interno, en el que decidimos
qué hacer, llegamos más lejos, más alto y con más fuerza cuando nos sentimos
capaces que cuando nos damos por vencidos.
Creo
que no necesito La Ballena Azul. Tengo La Ballena Rosa.
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