martes, 15 de diciembre de 2009

Herencia de amor, legado de valores

Diciembre se presta para reflexiones y planes. Se presta también, para aproximarnos a nuestros sentimientos y ubicarnos en el transcurso de nuestras vidas. Invito a mis lectores a compartir un ensayo que surgió hace tiempo, junto con la respuesta que provocó en mi hija Ingrid.

Nuestro tiempo se caracteriza por el aumento en la esperanza de vida. Cada vez que se reportan las estadísticas, avanza un poquito; cada vez que revisamos las familias y los amigos, encontramos más personas, más viejas y más activas, de tal manera que los viejos están disponibles, activos y participando de diversas y distintas maneras en los campos familiar, social, laboral, político, académico, etcétera.

En este escenario de longevidad creciente, y a pesar de la frecuencia creciente de las enfermedades crónicas o degenerativas, la mayor parte de esta población representa una fuente de manifestaciones que nos enlazan con el pasado, con ese pasado que los jóvenes impacientes perciben como peso muerto, pasado que a los adultos les representa la estabilidad que parece no hallarse en nuestro tiempo de cambios acelerados y situaciones inestables.

El diálogo de los viejos y las conversaciones con ellos, nos dan idea de cómo fue el principio de sus vidas: aquéllos que gozaron de un buen maternaje, y les fue dada la estabilidad de una seguridad básica, resultan ser viejos estables, seguros y capaces de ofrecer el producto de su experiencia; los que no alcanzan la seguridad estable, aparecen inseguros, se desesperan fácilmente o expresan la amargura de su hambre no satisfecha. Estos segundos viejos requieren ser cuidados, defendidos y apoyados. Los primeros, los seguros y autónomos, pueden integrar sus conocimientos con sus experiencias para ofrecer lo que llamamos sabiduría junto con la paciencia y la capacidad de aconsejar.

Sin embargo, el ingrediente que no siempre se menciona, que está en el fondo de la estabilidad y de la seguridad básica, es el amor. Porque, realmente, lo que los viejos ofrecen cuando conservan su relevancia, cuando se constituyen en guías importantes y apuntan al camino hacia metas trascendentes, es el amor: amor a la vida para vivirla, amor a las personas para no temer a la intimidad, amor a las nuevas generaciones para compartir conocimientos, experiencias, comprensión y explicaciones; amor que representa el modo de vivir para no temer la derrota, o la muerte, o la decepción, aunque –y cuando- ocurren.

El amor como vivencia continua es el motor de un modo de ser, de ver la vida, de establecer relaciones con otros, de lejos y de cerca. Se va transformando en el individuo en esa seguridad básica de ser y del hacer, y del funcionamiento en el mundo. Cuando se convierte en componente esencial, se transforma también en algo heredable, es decir, en una enseñanza constante que va introduciéndose hasta lo más íntimo del ser de quienes lo reciben día con día, año tras año, hasta que ya no es consciente sino automático, ya no se cuestiona sino se ejerce.

Por eso es herencia, cuando es así: porque es como si biológicamente se convirtiera en factor esencial del ser, de tal manera que pasa de una generación a otra sin que medien documentos, opciones o negociaciones. Todo eso viene después del amor, como la vida del cristiano después de ser salvado por Jesús: no sólo cumple la ley, sino que va más allá; no sólo respeta la diversidad, sino que la encuentra enriquecedora; no sólo la ama, sino que acompaña, perdona, previene, abre caminos y alternativas, y hasta regaña a quienes quiere.

De allí que esos viejos, que ya pasaron por sus caminos, puedan alumbrar los caminos de los que vienen atrás. De allí que se van decantando y seleccionando las cosas que son importantes, las costumbres de justicia, la dignidad de lo que se respeta, la educación que controla y canaliza los impulsos y la conciencia social que propicia la convivencia. Porque sólo así los que son amados pueden transitar por los caminos con sentido de dirección, no sintiendo que pierden libertad, sino que ganan conocimiento de ruta y libertad para elegir.

A todo esto le llamamos “valores”, y su ejercicio permite que la confusión que ocasionan los cambios rápidos que vivimos no nos ahogue. En medio de una vida colectiva en la que el conocimiento se produce, ya no cada año o cada mes, sino cada día y se comunica al instante; en medio de una revolución tecnológica que nos lleva por la vida pretendiendo imponernos caminos, podemos detenernos, revisar nuestros valores, cambiar las interacciones y hacer que, tanto el conocimiento como la tecnología se conviertan en nuestros instrumentos para planear nuestra ruta, seguir nuestro camino y llegar a las diversas metas que nosotros mismos determinamos.

Si el amor es nuestra herencia y ya forma parte de nosotros, y si los valores son nuestro legado para determinar nuestro rumbo, podremos continuar como seres humanos dentro de nuestras vidas, y no productos secundarios, derivados pasivos o simples juguetes de un destino ajeno.

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Herencia de amor, legado de valores, respuesta de una hija



Nuestro tiempo no sólo se caracteriza por el aumento de esperanza de vida, sino también por la falta de compromiso de jóvenes y adultos contemporáneos. Así como encontramos personas viejas más activas y más viejas, también encontramos jóvenes menos activos y sin ganas de inventar su propio futuro, por lo que se concluye que entender las etapas de desarrollo de una persona puede ser fácil, más no así, vivirlas.

Quizás lo que pasa con los jóvenes y adultos contemporáneos, la razón de su pasividad, es que no tuvieron ese pasado tranquilo y que permitía pensar las cosas antes de hacerlas. El ritmo acelerado de la tecnología, los cambios radicales que han sucedido en diferentes partes del mundo y el caos interno con el que vive la gente hoy en día, no permiten planear y organizar un futuro con claridad ni con bases sólidas.

El diálogo que los viejos tuvieron con sus padres, el tiempo que pasaron con sus familias, las actividades que requerían uso de creatividad y las bases sólidas que esto proporcionaba no sucede actualmente con los jóvenes ni con los niños. El buen maternaje, una educación dirigida hacia la fe y la enseñanza de valores no son características comunes en la actualidad.

Los jóvenes que tuvimos la fortuna de vivir un pasado con estas características y con el ingrediente básico: el amor, tenemos la capacidad de ir creando un futuro, inventando nuestras vidas con la seguridad de un camino sólido y una estructura fuerte y propicia para enfrentar los cambios y las vicisitudes de nuestro presente tan acelerado. Tenemos la capacidad de amar lo que hacemos, amar la vida, amar a las personas, a nuestras familias, amar lo que hemos aprendido y compartirlo con los demás. Somos capaces de dar amor de una manera responsable y sin miedo a comprometernos, creemos en nosotros mismos y en los demás y, aunque tememos a la muerte y a las decepciones, seguimos adelante.

El amor nos lleva hacia delante, nos encamina y, en su momento, nos da la fuerza para entender el mundo. El amor es la esencia que nos da presencia en un mundo fantasma, sin fuerza humana en donde la tecnología gana la batalla día a día. El amor establece los vínculos que se han ido perdiendo con el tiempo, forma relaciones entre seres humanos y crea lazos que , a pesar de todo, son más fuertes que los medios que en algún momento se han querido apoderar de la esencia humana.

No somos juguetes de un destino ajeno, no mientras exista el amor y los valores que son parte de la esencia humana. No nos vamos a ahogar porque tenemos el legado de los viejos sabios que saben cómo hacer su parte. No vamos a perder el rumbo porque los viejos nos heredan su amor y nos enseñan cómo usarlo, cómo hacerlo parte de nosotros y cómo formar, con él, una estructura sólida que nos permita llevar una vida creativa y responsable.

sábado, 17 de octubre de 2009

Mecanismos Mentales de la Violencia

La experiencia de vivir en comunidad es una búsqueda de paz y apoyo para el desarrollo de la convivencia humana productiva, buscando un escenario común en el que cada individuo, cada familia y cada grupo social encuentre los elementos para su desarrollo saludable y para lograr sus metas.
Cuando la convivencia encuentra conflictos, los seres humanos tenemos la capacidad de negociar para resolverlos, haciendo uso de nuestro lenguaje para dialogar y explicar nuestras razones, ofrecer acciones, reclamar o conceder.

Este proceso presupone el uso del lenguaje antes de la acción, de las explicaciones antes de la destructividad.
A lo largo de los últimos años, se ha visto una perdida creciente de la capacidad negociadora de personas y grupos, y vemos cada vez más el recurso de la acción, y de la acción destructiva, de tal manera que la existencia actual de nuestro México se distingue por la enorme frecuencia de episodios violentos que se dan en todos los ambientes y en la mayor parte de las interacciones humanas. Constantemente se nos describen, en los medios masivos de comunicación, desde los episodios de maltrato dentro de una familia, pasando por el abuso sexual, las peleas callejeras por incidentes estúpidos de transito, las reyertas dentro de los antros y los estadios, o a la salida de los mismos llegando a los asaltos, al robo con violencia, a las violaciones, a los secuestros y a los crímenes pasionales.

Estos ejemplos son de naturaleza distinta a otras manifestaciones de conductas violentas que tienen una intencionalidad en la afirmación de las pandillas, tanto de delincuentes como de políticos, y una planeación que incluye la graduación de gravedad en la violencia, su duración y su control por parte de quienes organizan estas instancias de terrorismo social.

Una tercera instancia de violencia la encontramos en los actos de guerra que se han estado dando entre las pandillas de narcotraficantes, o entre los traficantes y los representantes de la autoridad policiaca o militar; obviamente, aquí se habla de una guerra para adquirir, conservar y acrecentar un poder, siempre más allá de lo que en México se proclama siempre, pero se conoce como broma, que es el “Estado de Derecho”.
¿De qué estamos hablando? Estos cientos de manifestaciones violentas, en su mayoría no planeadas, constituyen ejemplo y demostración de la precaria organización del aparato mental de la mayoría de los mexicanos. Estamos frente a múltiples y frecuentes manifestaciones del desbordamiento de las descargas instintivas, de la falta de capacidad de juicio que permita la demora de esa descarga, y lejos del ejercicio de una capacidad para negociar la solución al problema inmediato. Pareciera como si una mayoría de los mexicanos estuviera gobernada por los instintos, sin un aparato mental que pueda esperar, compaginar la información o la percepción, procesarla mediante la reflexión y decidir cómo resolver una situación sin violencia.

Lo que conocemos acerca del desarrollo de la persona humana nos permite ubicar este tipo de conductas en las etapas más tempranas del desarrollo. Después de todo ¿No es alrededor del segundo año de la vida que las reacciones de niños y niñas se describen como berrinches, como pataletas, o como simples descargas de un egocentrismo que no nos permite el acceso a la reflexión?
Claramente vemos en nuestros paisanos, hombres y mujeres, jóvenes y “maduritos”, reacciones de una estupidez superlativa, manifestaciones de violencia injustificable, y conductas que son un insulto a la naturaleza humana.

La observación cuidadosa de estas conductas, actitudes, modos de reaccionar y descargas de violencia, pone de manifiesto una patología social que explica muchas otras conductas además de las descargas violentas. Podemos citar la ya famosa “puntualidad mexicana”, los tramites necesarios que se hacen hasta la última hora, el endeudamiento sin medida, el consumismo sin pensar y las promesas que jamás serán cumplidas, aunque se hagan en el momentáneo despliegue de una emocionalidad dramática y aparentemente sincera.


Todo esto es una patología social producto de una educación que va consagrando estas costumbres de una generación a otra. También es el resultado de un proceso educativo antediluviano que se reduce a la memorización de letras y números, de conceptos que no se explican y de técnicas repetitivas interminablemente. Si tomamos como ejemplo la enseñanza de la historia, podemos ver que ésa memorización transforma el dinámico y fascinante devenir de la historia humana en la repetición de eventos, fechas y personajes, que finalmente la transforman en una iconografía estéril. Si así es ¿Qué esperanzas podemos tener de que los mexicanos seamos realmente responsables de nosotros mismos y capaces de construir un país para el siglo XXI? La falta de una organización mental suficiente nos transforma en perdedores cuando se trata de planear a largo plazo, de trabajar en equipo o de competir en calidad.

Cuando la mente humana carece de las funciones superiores como el lenguaje, la percepción, la planeación, la reflexión y la organización de la conducta hacia fuera, se dice que esa persona no ha desarrollado el Proceso Secundario suficiente para tener una identidad y gobernar su vida. Por el contrario; se describe a una persona así, como prisionera de su Proceso Primario o sea, sujeta a la descarga fácil e inmediata de sus reacciones emocionales con fallas en el juicio de la realidad que la circunda, al mismo tiempo que es incapaz de medir las consecuencias de sus actos. Si una familia no ofrece los límites a las agresiones mutuas, las reglas de una convivencia, o el respeto que se merecen unos a otros, seguirá viviendo cada día predominando el Proceso Primario. Si un sistema escolar pretende la memorización de todo tipo de informaciones, sin privilegiar el razonamiento, la planeación, la búsqueda del conocimiento y su aplicación a la realidad circundante, seguirá siendo capaz de dilapidar millones de horas de enseñanza real con pretextos mucho menos valiosos, y no está proveyendo los canales de desarrollo del Proceso Secundario. Si los medios de comunicación masiva, como sucede en nuestro país, gradúan el lenguaje de sus programas y de su publicidad enfocándolos a tratar a los espectadores, o como retrasados mentales, o cuando mucho como personas que no pasan de un nivel de los primeros años de primaria, podrán seguir ganando dinero, pero fracasarán a la larga si no desafían a su público a pensar. Los gobiernos y gobernantes que pretenden seguir viviendo en la mentira, en la corrupción y apoderándose del dinero como botín, están ellos mismos violentando y traicionando la función que pretenden desempeñar, perdiendo al mismo tiempo las oportunidades de escribir la Historia y ejercer un liderazgo real.

Desde luego, hay mexicanos que piensan, estudian, desarrollan su Proceso Secundario y que buscan funcionar en sus oficios y profesiones; son los que progresan, los que protestan y los que buscan los remedios, cuando menos para sus propias familias. Desgraciadamente, son un porcentaje minoritario y bajo de la población general. Los demás caminan en manada, viven en el proceso primario y ni siquiera toman conciencia de su propio potencial.

Cuando se hace un análisis social y se ponen en evidencia las fallas en el funcionamiento comunitario, resulta de elemental ética señalar también los elementos, las personas y las acciones que pueden utilizarse para estimular, para formular y para llevar a cabo las conductas personales y colectivas que tiendan al mejoramiento de la convivencia humana. Si ubicamos las causas principales de la violencia en amplios grupos de nuestra sociedad refiriéndonos al proceso del desarrollo de la persona humana, no estamos lejos de la verdad si nos atenemos a aquellas experiencias que corrijan dicho proceso.

Para estimular la tolerancia a la demora en la satisfacción de nuestras necesidades, necesita existir dicha demora desde las etapas de bebé, de manera que la satisfacción demorada (el pecho materno, biberón, el baño o la limpieza) llegan indefectiblemente y generan la certeza segura de que el bebé no está solo aunque llore un buen rato.

Del bebé mayor al preescolar, el aprendizaje más útil es el que pone límites a sus exigencias egocéntricas, de manera que aprende, el niño o la niña, que no son el centro del universo, sino que están conviviendo con otros miembros de la familia, cuyas necesidades, actividades y posesiones deben ser igualmente respetados. Los estudios que se han realizado acerca de la utilidad de los limites estables comprueban que ayudan a estructurar la vida cotidiana y constituyen una fuente de seguridad para la niña o el niño, además de permitir que la estructura externa y con limites establezca el poder esperar, dialogar, razonar y entender de manera más sólida. El “ingrediente mágico” consiste en que quienes ponen limites y proporcionan esquemas estables sean razonables y capaces de explicar con palabras, en lugar de gritos y golpes.

A lo largo de la niñez y hasta la adolescencia, el desarrollo del lenguaje y del razonamiento permite que los niños y las niñas sean cada vez más capaces de comunicar lo que piensan y lo que sienten. Por lo tanto, la expresión libre, la negociación, la planeación y la creatividad ya constituyen los instrumentos de convivencia más nobles. Por otra parte, los encargados de ejercer autoridad tienen éxito y constituyen figuras de respeto, y aún modelos a imitar, cuando son capaces de respetar y estimular los razonamientos y la creatividad de los propios niños.

Durante la adolescencia y sus subetapas, se regresa a la necesidad de que la estructura social externa, no sólo ponga límites, sino que también los explique y los mantenga razonadamente, sino que también sean capaces de aceptar y canalizar la creatividad de los jóvenes, siempre haciéndolos responsables de sus conductas e iniciativas, así como de la previsión y remedio de las consecuencias de sus actos.

Como se puede ver, la llegada a la edad adulta da por hecho que las etapas del desarrollo se han cumplido, y que tanto los individuos como los grupos son capaces de detenerse a reflexionar mediante lo que hemos llamado el proceso secundario de la mente. Podemos explicarnos que no ocurra así en muchos casos, pero no es, de ninguna manera, una justificación para quien opta por la violencia.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La tesis de la libertad de ser

Cuando yo nací, se reunieron los primeros factores de variedad en mi vida al llevarme a bautizar en la iglesia metodista mi madre protestante, mi padre judío, mi madrina católica y mi padrino musulmán. Esta apertura religiosa se repite a lo largo de mi vida, sobre todo en la adolescencia, en la que busqué siempre las explicaciones diferentes que hay para los mismos fenómenos, sintiendo la libertad de conocer diversos enfoques para tomar decisiones y seguir caminos, explorando siempre cada tema con sus variaciones.

La adolescencia de abrirse a las experiencias se continuó cuando, a media carrera de médico, me fui a Europa a convivir con el mundo del ecumenismo, con la oportunidad maravillosa de conocer personas de todos los continentes, miembros de todo tipo de denominaciones cristianas y, a través de ellos, de los mundos judíos, musulmanes, budistas, shintoístas, etcétera. La configuración de mi mundo fue creciendo en amplitud, en curiosidad, y en todos los estímulos que hacen que mi visión del universo en el que vivo acepte y trate de entender toda suerte de variantes en los modos de vida y de convivencia.

El aparato mental interno que puede manejarse así tiene al psicoanálisis como marco de referencia para no perderse, para conservar la curiosidad y entender lo que se va conociendo, para sistematizar la vida y darle continuidad a pesar de los eventos externos, que tienden a confundir y, con frecuencia, a enloquecer hasta dejar de pensar y acogerse a un sistema de conductas llamadas “convencionales”, o “institucionales”, y que yo he llamado “clientes de la estupidez” por repetitivas, ingenuas e inútiles.

Vivimos ahora en un mundo que nos demanda percibir, clasificar, elegir y llevar a cabo muchos análisis de personas, situaciones, ideas, eventos, para decidir nuestro camino a cada momento y llevar a delante nuestro proyecto de vida. Si nos perdemos, o si abdicamos de nuestro propio pensamiento, acabamos ciertamente siendo “clientes de la estupidez”, siguiendo modas, analizando la vida como nos la pintan otros, sin sentido de la historia—ni la nuestra ni la del país ni la del mundo—y acabamos eligiendo entre A y B, sin considerar las otras veintitantas posibilidades, o sin darnos cuenta de que, quienes lo plantean, son analfabetas buscando a alguien más tonto…….

En este mundo que describo, lo mismo hacen los políticos y los gobiernos que las empresas que venden productos, los grupos que venden “ideologías”, los periodistas que venden puntos de vista, y las religiones que pretenden ser “las únicas” o “las verdaderas”. Todos aspiran a reclutar adeptos que no piensen, que acepten ser miembros de algo, votantes por alguien, subalternos de alguien, “beneficiarios” de quien los maneja, creyentes de una sola manera, sometiendo seres humanos a la calidad de borregos que se manejan en manadas.

Llevamos muchos años y muchas guerras, y muchos muertos y cantidades horrorosas de vidas y dinero desperdiciado viviendo así. No parece haber remedio en los círculos del poder, por la simple razón de que cada círculo de poder tiene como prioridad obtener, detentar, conservar y acrecentar lo que tiene. Las personas no cuentan. Las metas siempre incluyen destruir al otro grupo, y seguir creciendo en poder, dinero, autoridad o lo que constituye la satisfacción narcisista del líder en turno. Si observamos con la mente abierta, nos daremos cuenta de cómo se trata, primero, de manipulaciones a base de declaraciones mentirosas, incompletas, fraccionadas y sin horizonte de metas confesables; enseguida vienen los mensajes diseñados para no propiciar la reflexión porque se presentan como una demanda de decisión inmediata entre dos posibilidades, siempre una “buena” y la otra “mala”; siempre se descalifica, así, al otro y se intenta destruirlo, aunque se detenga la marcha de la comunidad de que se trata.

La alternativa es pensar. Cuando una persona se detiene a pensar, mira lo que está sucediendo a su alrededor, ubica el curso que quiere seguir para continuar su vida y decide con libertad lo que quiere hacer, ya no se aturde con los mensajes, ni se siente obligada a rendirse ante nadie, ni contesta como se lo plantean. Asume el control de su vida y crea su propio camino, no en contra de nadie, sino dentro de una apreciación realista de las posibilidades; tampoco espera que lleguen otros y le propongan soluciones, sino que configura las propias. Cuando ya lo hizo, y valoró los resultados, puede invitar a otros a seguir el mismo camino, aceptando que pueden llegar a puntos diferentes de maneras distintas.

Si el mundo no se comparte de ésa manera, no hay tradición que valga ni contexto histórico que nos amarre. Si no respetamos la diversidad, no hay fórmulas que tengan validez para todos: los pactos sociales ocurren después de los seres humanos, no antes de que se puedan definir por sí mismos. Mientras caigamos en la trampa de dejar que otros piensen y decidan por nosotros, seguiremos siendo borregos, sometidos, esclavos y cautivos.

Cada día puede ser de un mundo nuevo para cada uno.

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