sábado, 21 de mayo de 2011

EL MEXICO ENFERMO

DEL CÓMO Y DEL POR QUÉ
A lo largo de la historia que me ha tocado crear, presenciar y observar, siempre ha sido mi reacción fijarme principalmente en las personas, aunque también en los eventos y las secuencias, con el propósito de entender los mecanismos que determinan y saber, no sólo lo que sucede, sino las razones y causas que lo originan.
Por eso, mi historia personal es de búsqueda de entendimiento, y terminó en la vocación de psicoanalista, pasando por las identidades de médico, de psiquiatra y de paidopsiquiatra. Así, se profesionaliza el afán de saber, el imperativo de entender como parte de la función de ayudar a sanar.
La conciencia de lo que pasa en el escenario va creciendo en la medida en que nuestro mundo se hace más amplio; al observar más áreas del conocimiento, personas, regiones y países, adquirimos el sentido de cómo la historia es un devenir que se mueve, una secuencia que también fascina y provoca conocerla, entenderla y usarla de referente. Por eso nos enoja la historia cuya enseñanza se convierte e repetitiva y estática: porque acaba siendo una colección de imágenes que no se mueven, ni se entienden, sino que se repiten como letanías y quedan fijas como íconos que pierden su significado en la inmovilidad.
Desde esta posición de observador dinámico, de curioso por entender, es que he abordado algunos-perdón, todos- los temas que han llegado a mi atención, sean ellos académicos, teóricos, clínicos o personales. Nunca un relato, o un ensayo, o un poema, puede o debe ser estático: siempre va de la observación a la vivencia, y de la vivencia a la expresión, llevando en las alforjas el sentimiento, la necesidad de expresar y la posibilidad de explicar lo que entendí. Quizás por estas razones es que debo esperar a que los datos se acomoden y la visión adquiera coherencia.
La observación dinámica de nuestro tiempo me ha llevado a la percepción de las conductas colectivas, y de ellas a las repeticiones que se dan en muchos individuos hasta formar patrones de conducta, estilos de relación entre individuos y grupos, valores proclamados y comprobadamente verdaderos o falsos ante la observación clínica. Es como si, de observar muchas conductas y reacciones individuales, se fueran generando las imágenes de sus denominadores comunes hasta configurar una comprensión del yo colectivo y de sus motivaciones.
Así han sido las imágenes que se recogen y las impresiones que se reciben. De ahí que la búsqueda se continúe a las determinantes de la conducta, al “por qué” de lo que se observa para que, descubriendo sus causas, puedan deducirse las posibilidades de cambio y recomendarse las acciones que mejoren al paciente, en este caso los grupos sociales que constituyen la nación mexicana.
Más allá de las celebraciones de 2010, del bicentenario de la independencia y del centenario de la revolución, México es un país que sufre: las dependencias económicas de los mexicanos sumergidos en un sistema archiconservador, la dependencia para todo de Estados Unidos, la inseguridad creciente de un país infiltrado y poseído por delincuentes de diversos tipos, la corrupción rampante en todos los órdenes de la vida y la exigua presencia y falta de voz de una clase media pensante hacen de este país un caso claro de parálisis en deterioro.
La gravedad de este periodo histórico es tal, que pareciera que el país está en medio de una guerra civil cuyos actores no tienen una fisonomía clara, ya que todos se declaran inocentes mientras llevan a cabo planes de explotación, terrorismo, violencia y destructividad en muchos escenarios. Tan es así, que las noticias controladas son contradictorias y poco creíbles, los acuerdos políticos carecen de fundamento, ya que los partidos llamados políticos no son más que pandillas al servicio de la ganancia inmediata o del asalto al poder, sin más ideología que destruir a los demás y buscar la ventaja en el corto plazo.
En este escenario, parece que no hay quien se dé cuenta de que la conducta colectiva sigue estando sujeta a patrones y modos que hablan de una sociedad prácticamente medieval, en la que los señores del poder y del dinero se mueven en un estrato superior del mundo, mientras la mayoría se topa con obstáculos de todas clases para sobrevivir, conformándose con asumir su lugar como mayoría pobre, explotada y sojuzgada que acusa a los poderosos de insensibles a su pobreza y a su dolor.
Hay momentos en que los señores del poder proclaman, proponen y echan a andar programas en “contra de la pobreza”, pero siempre resultan en limosnas abiertas o disfrazadas, pues los “dadores” quieren deducir los programas de sus impuestos o de sus conciencias, y los “receptores” insisten en ser pobres pensando que tienen derecho a pedir más, desde su lugar de víctimas.
Si observamos estos fenómenos colectivos como la visión clínica que podemos tener acerca de un paciente, las repeticiones constantes de los movimientos descritos arriba nos pueden dar la impresión de que las conductas colectivas de los distintos grupos de población o clases sociales se muestran como parte de una gran trama social entretejida, en la que los distintos personajes desempeñan sus papeles repitiéndolos de las mismas maneras y conservando la trama social sin cambios.
Como con los pacientes, nos preguntamos cual es la historia de este doloroso e incapacitante padecimiento, cómo podemos formular un diagnóstico y dónde están los verdaderos pasos para curar la enfermedad tan grave que nos aqueja y nos paraliza.

LOS TIEMPOS DE LA HISTORIA

Cuando nos aproximamos a un estudio clínico, el documento fundamental es la historia clínica, que nos permite conocer cuál ha sido la trayectoria del paciente desde su nacimiento hasta la fecha, cuáles influencias o eventos han determinado las alteraciones en su funcionamiento, lo que llamamos “enfermedad”, procurando que este conocimiento nos permita trazar el camino de todo su desarrollo de manera que sus desvíos nos den la clave para definir esas alteraciones y sus causas, lo que llamamos “diagnóstico”. Si estamos considerando un país enfermo, es necesario remontarse a su historia y entenderla como un proceso dinámico que nos dé la idea de las causas de estas repeticiones disfuncionales, de estos patrones de conducta repetitiva y paralizante. Aquí no hablamos de años, sino de generaciones, en las que las influencias y los eventos del tiempo han ido configurando las conductas colectivas.

Esta tarea está descrita en un ensayo del que esto escribe (Dallal, 2004), y por supuesto en muchos otros ensayos, reportajes, entrevistas y libros de los últimos lustros, de una multitud de autores interesados en el tema. De aquel ensayo, algunos párrafos:

Los patrones socioculturales en los que vivimos tienen casi setecientos años. Arrancan de las sociedades piramidales y autoritarias de las culturas precortesianas, que estaban organizados en estratos claros con funciones definidas, merced a lo cual sometían a la base poblacional a jerarquías. Los caciques ejercían el poder erigiéndose en autoridades persecutorias que usaban las leyes para someter y castigar. La parte positiva era que, si se cumplía con la exigencias, y si se demostraba inteligencia y valor, se lograba subir en la escala social para poder ejercer a su vez, la autoridad obtenida.

Sin embargo, el sistema era punitivo y autoritario. Los sometidos y sojuzgados guardaban sus odios y rencores para buscar maneras pasivas de agredir, o modos de obtener el poder para ejercerlo vengativamente, de la misma manera autoritaria y persecutoria. Mientras llegaba la oportunidad, desde la posición de agachados, evitaban los golpes y los castigos a través de maniobras que con frecuencia oscilaban entre el servilismo y la trampa. Cuando podía ocurrir un cambio, los victoriosos que asumían el poder lo ejercían del mismo modo, agregándose la venganza por los agravios anteriores.

En los círculos concéntricos de las esferas de influencia, las relaciones entre unos y otros de los grupos, pueblos y culturas se daban del mismo modo relacional que entre los individuos y los grupos de un pueblo dado: el autoritarismo vertical que habla de un amo, de un siervo sometido y de la satisfacción autoritaria, por una parte, y del resentimiento no expresado, por la otra. La salida, necesariamente, era hacia la fantasía de obtener el poder para ejercerlo de la misma manera.

La España del siglo XV se inauguró como país procurando una unión política bajo el mando de los reyes católicos. Al mismo tiempo se requería de la mano fuerte, se necesitaba una nueva identidad abrigada por la religión y con exclusión de otras identidades, religiones y valores. Así, se convirtió en baluarte de la contrarreforma y en guardián de una fe conservadora, autoritaria y persecutoria de árabes, indios, judíos, protestantes y aún de católicos disidentes.

La dinámica social propició una visión del mundo entre los individuos, parecida a la de los habitantes de la Mesoamérica precortesiana; el sometimiento a autoridades civiles y eclesiásticas a través del temor, con la fantasía repetitiva de ascender los estratos sociales hacia el ejercicio de un poder o autoridad en los mismos términos.

Ha sido motivo de estudios y relatos interpretativos de los historiadores el esfuerzo de los pueblos indígenas por conservar sus tradiciones y sus personajes simbólicos durante la colonia, con descripciones que permiten ver que vivían en la identificación secreta del esclavo que quiere ser como el amo, o del débil que quiere ser como el poderoso.

Y así vivían, en una actitud de sometimiento y humillación, hasta la fecha apareciendo como tonto o pasivo, y jugándole al servil, pero haciendo todas las trampas que puede para escapar de la ley, del castigo, de la pobreza real o del hambre.
En su propio papel social, si acepta ser colocado allí, el que sí tiene dinero, comida, posición, autoridad o poder, se ve obligado a cargar con “la culpa de quienes nos someten o explotan y nos mantienen en una situación de pobreza, la culpa de quienes sostienen un orden social injusto”.

Manteniendo la atención de todos en la dinámica social colectiva, los exitosos tiene que cargar en sus consecuencias con los que no lo son; los gobernantes tienen que funcionar atendiendo a “los reclamos de la justicia social”, mientras los individuos pasivos y explotadores se escudan bajo la frazada de los “slogans” que los mantienen, mamando de donde pueden.

La perspectiva histórica citada es de tal magnitud, y consiste en repeticiones de los mismos patrones de conductas colectivas, que fácilmente podemos entender las maneras establecidas de la interacción entre individuos y los grupos como esquemas relacionales de interacciones que se van reforzando, transmitiéndose de una generación a otra y perpetuando el devenir social como un entramado interaccional que no se atreven a violar los individuos, sino que se buscan las maneras de ir arribando a estratos superiores para ejercer autoridad, obtener ventajas económicas y en general pisar y destruir a los opositores.

Como se ve fácilmente, la perspectiva clínica de esta colectividad nos muestra y nos permite esperar que las conductas de las mayorías se encuentren atrapadas en una dinámica social inescapable, de la cual ni siquiera se dan cuenta porque hay una indoctrinación temprana, un reforzamiento continuo y la convicción de que tales maneras de actuar, de relacionarse unos con otros y de responder en grandes números son las maneras adecuadas de vivir. El tiempo histórico se ha encargado de hacer, de este pacto social, la cárcel que impide las alternativas porque, en la visión de sus protagonistas, salir del sistema es ser anormal. No se vislumbra siquiera que se puedan percibir o pensar las vivencias cotidianas de otro modo, o razonar con algunas secuencias de pensamiento diferentes, o aceptar que hay otros modos de vivir.

A lo largo de muchos siglos de historia, este contrato social se ha renovado de una generación a otra, aunque vayan cambiando los “slogans” con que se vende la misma ideología o los gritos de batalla política que se ocupa más de destruir a sus opositores que de construir una nueva cultura. Reconocemos la creatividad artística y técnica de los mexicanos, que nos alimenta de orgullo y nos agrega méritos a una autoimagen con momentos de satisfacción, pero la historia se sigue repitiendo de una generación a otra, consolidando las categorías sociales y el estilo de convivencia.



EL HOY VISTO DESDE AYER

El psicoanálisis difiere de la Psiquiatría fenomenológica en su sistema de pensamiento diagnóstico. Si se sigue el proceso de pensamiento explicado arriba, se verá que no procede de los síntomas a los síndromes para llegar a la Nosología o el diagnóstico de enfermedad o salud, sino que seguimos el proceso del desarrollo para llegar, primero, al esquema estructural de la personalidad del paciente y, de allí, a la descripción de los síntomas, entendidos siempre como consecuencia funcional de esa estructura de la personalidad (PDM Task Force, 2006).

Así considerada la visión de México, se facilita la comprensión de los fenómenos anormales en la vida de nuestro país, de por qué suceden, de por qué los esfuerzos para hacer el bien no fructifican o se transforman en conflictos, de por qué los esfuerzos humanistas acaban transformándose en una teta más de la cual esperan ser alimentados.

Casi cualquier situación, evento o persona que aparece en los medios de comunicación puede analizarse a la luz de estos mecanismos internos de los individuos, pero multiplicados por grandes números de personas con igual relatividad, que dan como resultado una conducta de masas que repite incansablemente los esfuerzos necesarios para que su visión como persona, como familia, o como comunidad, siga siendo igual.

Si tomamos como objeto de análisis el devenir comercial, lo que salta a la vista es la abundancia de mentiras y trampas de las que está hecha la mercadotecnia, que de una manera cínica persiste en tratar al público como si fueran niños tontos, o mujeres retrasadas que solo persiguen la moda. Las reacciones del público, según lo comprueban los estudios del mercado, justifican y responden a los patrocinadores de tales insultos a la inteligencia con ventas considerables que perpetúan el nivel tan triste de la comunicación.
Esto se complementa con esfuerzos publicitarios de “obra social” que convencen nuevamente al público de un altruismo que es limosna para quien lo recibe, beneficio económico para quien lo promueve y la exhibición pública de miseria humana que se pretende remediar, aunque se queda en el convencimiento de los pobres de que “quien no llora no mama”.

Algo parecido sucede con los programas gubernamentales del desarrollo social: cada grupo gobernante compite con los demás en la organización de programas para combatir la pobreza, siempre descalificando los programas de otros y pretendiendo corregir la historia, pero sólo en contados casos se aborda el problema en su raíz, ya que no cuestionan a los pobres por serlo, ni se estudia caso por caso, ni se buscan las salidas de la situación de los pobres más allá de la dádiva, por lo que los pobres rápidamente se convencen más de que deben seguirlo siendo. No se cuestionan el plan de vida o el desarrollo de quienes podrían usar los programas sociales, educativos o de salud para estimular que puedan asumir la responsabilidad por sí mismos y aprender a pescar en lugar de recibir pescado. Esto requeriría programas a largo plazo, inteligentes y modernos de seguimiento, y los trienios y los sexenios son demasiado cortos para pensar.

Esto de los sexenios lleva nuestra reflexión al ámbito de la política. Así como los ricos quieren serlo más, y los pobres cultivan las quejas que les convienen, los políticos constituyen mafias intercambiables con las pandillas del crimen organizado, muchas veces entretejidas las unas con las otras. Se trata de una organización social dedicada a la explotación corrupta de un país abrumado por el peso de las incongruencias políticas que cada vez van aliándose más cínicamente con los dueños del capital. De amasiatos tales son los instrumentos los mal llamados partidos políticos, pues se asignan candidatos y presupuesto que permitan, a los políticos, acabar en empresarios, y a los empresarios en políticos. El tercer factor, el del crimen organizado, es cada vez más un actor en esta comedia siniestra, como socio con capacidad de veto, a juzgar por los asesinatos, los “dramas” de algunos secuestros y la sangrienta guerra que cada vez destapa más caños.

Así, ya no sabemos los ciudadanos sencillos quiénes son los candidatos, quiénes los pusieron allí, de dónde surge la propaganda mercadotécnica para vender un candidato o a quiénes representa, sean grupos de empresarios, dizque partidos políticos o pandillas de delincuentes. De visiones de país, de programas que lleven a cambios reales, de ideologías alternativas, ni hablar. O si alguien habla, no se la cree la población pensante. Los protagonistas, por supuesto, ni se dan por enterados. Ya puede haber marchas de blanco, o encuerados, o de machetes, que nadie va a escuchar ni se va a remediar nada. Ya puede haber tres millones de firmas para quitar diputados y senadores de partido y reducir la estafa al pueblo, que ni se dan por enterados. O si se trata de la incorporación de la ciencia a la comunicación, ¡aguas! No los vayan a excomulgar los curas que defienden la ignorancia.

El diagnóstico de tan complejo cuadro nos demuestra que hay patrones de conductas colectivas establecidos hace siglos. Con el tiempo, estos patrones de conducta van adquiriendo y reforzando su vigencia, y las conductas anormales, destructivas, enfermas por el obstáculo que representan al desarrollo normal del ser humano, dejan de causar su extrañeza, no permiten reflexionar acerca de las alternativas, se suscriben con entusiasmo como si fueran valores eternos, o como se defiende la identidad de un equipo de futbol (los entusiasmos son similares), y se pregunta mucha gente por qué nuestros esfuerzos como país no prosperan. Agreguemos a esto la mentira sistemática de un gobierno que oscila entre lo inepto y lo corrupto.

Esto configura un trastorno de carácter, o neurosis de personalidad, que consiste en permanecer dentro de un funcionamiento enfermo sin percatarse de ello, sin que produzca angustia o conciencia de enfermedad. Lo que señalan otros desde fuera se vive como exageraciones, o mala voluntad contra México, o algo así. Nos refugiamos en el patriotismo nacionalista aunque seguimos siendo malinchistas.
Señalamos los logros obtenidos a lo largo de nuestra historia, y atribuimos los fracasos a la mala fe de quienes tomaron decisiones equivocadas. La angustia de ser, la inconformidad o la angustia que lleva al cambio no se experimentan como malestar colectivo, ni alimentan una visión de alternativas que se pueden formular. Dicho de otra manera, nuestros modos de ser, los términos en los que nos relacionamos unos con otros, están viciados, son contradictorios y estorban nuestro desarrollo como individuos, como familias, como comunidades y como país, pero no sentimos que estamos mal ni tenemos una motivación real para buscar, realmente buscar, un cambio en ése contrato social detrás del cual nos rehusamos a salir a la vida real y a los tiempos actuales.

Cuando se trata de un cuadro así, con esas características clínicas que impiden la conciencia de enfermedad, generalmente no hay programa social colectivo que resulte en cambios reales de la visión que los individuos y familias tengan de sí mismos. Los estímulos que se pretenden dar, o son motivo de manipulación política y así se entienden, o se transforman en dádivas que los receptores rápidamente transforman en “el derecho de los pobres a recibir apoyos”.

Dirán los estudiosos que nos acompañan en esta reflexión que este tipo de análisis puede aplicarse a cualquier sociedad con los mismos resultados: se establecen las conductas y los modos de relación que se van transmitiendo de una generación a otra hasta que se convierten en cultura, o en contrato social, o en valores, o en tradición. Casi cualquier agrupamiento humano tenderá a hacer estables estas características como parte de la formación de una identidad que irá ofreciendo estos patrones de conductas colectivas, como instrumento o telón de fondo para la adquisición de la identidad individual a través de la identidad colectiva. Así podemos entender la persistencia de un “American dream” que persiste como la imagen idealizada de un sistema que bloquea constantemente el contacto real, el conocimiento verdadero y la comprensión de otras culturas como igualmente válidas, y se deriva hacia los intentos de imposición de ése modelo como único viable para obtener los valores máximos, o como pretexto para invadir países o cuando menos realizar “trabajos negros” (Black-ops)
Lo que sí se ofrece con esta reflexión es la posibilidad de comparar lo que somos con lo que podríamos ser; es decir, que podemos utilizar el análisis psicosocial para reconocer cuales son nuestros obstáculos internos que nos impiden superar la historia que ya hemos vivido para encaminarnos evolutivamente a la confrontación con los desafíos que nos impone un mundo cambiante.

Así podemos seguir siendo víctimas pasivas o convertirnos en protagonistas de nuestra propia historia.

La experiencia de muchos años con distintos tipos y modalidades de psicoterapias individuales y grupales, los estudios que nos permiten hacer estos análisis de las conductas colectivas y lo acercamientos a las visiones individuales de los que he formado parte a lo largo de muchos años, me han convencido de que los trastornos o neurosis de personalidad requieren de intervenciones muy directas y de cuestionamientos repetidos para que las personas y los grupos adquieran conciencia de enfermedad y comiencen a vislumbrar las diferencias que quieren alcanzar en sus perspectivas de vida.

Hay una larga lista de autores en nuestro campo que confirman estas experiencias, las sistematizan y diseñan los instrumentos y técnicas terapéuticas necesarias para procurar una movilización de los recursos internos, mentales y emocionales, que resultan en el deseo y perspectiva de encaminarse hacia metas del desarrollo que se han dejado de lado. También hay que señalar la existencia de un núcleo poblacional, pequeño pero creciente, de lo que podríamos llamar “clase media ilustrada”; esta población está conformada por individuos y familias que no solo saben leer y escribir, sino que leen y escriben, independientemente de los años de escuela que tienen, de las ocupaciones u oficios que desempeñan y del lugar que ocupan en la economía. Esta pequeña o escasa población contrasta con los grandes núcleos de personas que, si leen, no piensan, o que reaccionan de las maneras manipulables que hemos venido describiendo. Un ejemplo de conducta crítica está en el porcentaje creciente de ciudadanos que acuden a votar e inutilizan su voto como protesta contra un sistema viciado; otro ejemplo lo tenemos en la circulación, sobre todo electrónica, de críticas y protestas contra diversos aspectos del contrato social.

No cabe duda de que abordar este análisis de nuestra sociedad actual, a través de la reflexión psicodinámica de los fenómenos que se observan, irremediablemente genera la visión fantasiosa de lo que está quedando sin hacerse, o de las conductas individuales o colectivas que podrían ser implementadas, para sacudir esta inercia que bloquea el desarrollo de todo un país.

Recientemente el ex presidente Gaviria de Colombia comentó que es un error que los medios de comunicación presenten a los pandilleros aprehendidos repetida e incansablemente puesto que este procedimiento los hace más famosos y eso deriva en que mucha gente joven, sobre todo los “ninis”, (los que ni estudian ni trabajan) idealicen y utilicen las ocupaciones pandilleras y deseen buscar una vida que los incluya. De que eso último existe, hay demostraciones recientes y repetidas. Por otro lado, el énfasis que dan los medios a la nota roja tiene amedrentada a la población más allá de lo tolerable, lo suficiente para devaluar y descalificar lo que podría ser un desarrollo alternativo de participación comunitaria con tareas específicas, como sucede constantemente en las comunicaciones de la red social, y aparecen escasamente en las oficiales, con el consiguiente desengaño de las autoridades oficiales.

En nuestro país, durante los últimos 20 años, se han multiplicado las organizaciones de beneficencia de tal manera que se nota que las corporaciones encuentran deseables estos caminos para hacerse propaganda y al mismo tiempo reducir su pago de impuestos. Otra vez, como en muchos otros casos, la prestación de un servicio, el otorgamiento de una vivienda, la ayuda en forma de despensas, la prestación de diversos servicios o de mercancías termina siendo vivida por los receptores como bienes y servicios que los donantes, o tienen la obligación de dar, o lo hacen sin que cambie la relación de donantes y receptores en el contrato social. Se requeriría que el otorgamiento de estos bienes y servicios se acompañara del estudio e intervención que abordara los problemas de pobreza en cualquiera de sus dimensiones, los definiera y ofreciera la ayuda para superarlos en un esfuerzo principalmente de los protagonistas que tendrían el objetivo de cambiar su situación dentro de la sociedad, y, de hecho, toda la sociedad. Este modelo ha sido seguido en diversos proyectos de intervención comunitaria, tanto en nuestro país como en otros, y los cambios de actitud que se propician afectan a las familias de diversas maneras que van rompiendo su pertenencia a una clase menesterosa, pero pasiva y con resentimiento social.
Existe otro gran mito que tiene que ver con la educación. L a responsabilidad por la educación de los hijos no es, como se ha venido escenificando su expresión en México, responsabilidad del gobierno a través de las escuelas públicas o responsabilidad de las escuelas particulares. El proceso es al revés: los padres eligen de entre sus posibilidades, la guardería, el jardín de niños, escuela primaria, etc, de acuerdo con sus actitudes sociales y las aspiraciones que puedan tener o no de progreso. Hay que tomar en cuenta que los hábitos y costumbres, los modos de relación, la actividad o pasividad están determinados por las actitudes de los padres y de la familia extendida. En el proceso del desarrollo estas actitudes, prioridades y estilos de relación son asimilados, muchas veces sin tomar conciencia de ello, por los hijos. Por lo tanto, las vicisitudes que puedan tener los hijos en los procesos educativos van a estar gobernadas por tales patrones y no por los sistemas actuales de enseñanza, que privilegian la memorización de las informaciones para obtener calificaciones, más que el despliegue de la curiosidad, la búsqueda del conocimiento y el desarrollo de la creatividad.

Estas ideas parten de lo que en psicoanálisis se llama la fantasía inconsciente. El pequeño porcentaje de la clase media pensante que nos ocupa en esta sección sufre el retorno de la fantasía reprimida de la justicia, el orden, el progreso y el desarrollo hacia metas y aspiraciones legítimas, que el contrato social vigente no alcanza a soportar por la actitud de la mayoría de la población, que está detenida en su desarrollo y no contribuye al verdadero cambio social porque sufre de este trastorno de personalidad que de manera colectiva se manifiesta en lucha contra el cambio. En esa angustia y deseo de cambio, se han buscado y ensayado distintas expresiones críticas hacia un sistema que no funciona para el progreso, sino a la sustitución de unos jefes por otros, a buscar el lucro inmediato, desmedido y “a que se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre”. Cuando se plantean reformas fiscales o laborales y hasta constitucionales, los legisladores protagonistas hablan como si estuvieran convencidos de un nuevo esquema de sociedad pero solo para descalificar a los partidos contrarios y no como parte de un mensaje ideológico coherente que confronte la necesidad de movilizar las estructuras de los individuos y las familias para que asuman su responsabilidad y usen sus propios recursos y capacidades para apoyarse en programas de gobierno, en lugar de sólo exigir más leche. Después de todo, el desarrollo personal y familiar comienza con la evolución de la persona en el momento en el que esa persona asume su vida, descubre a su alrededor sus apoyos y define un camino hacia la satisfacción de sus necesidades y la realización de su potencial.

Wilhelm Reich, muchos otros autores y los clínicos que tratamos esta patología estructural hemos podido comprobar que se necesitan instrumentos terapéuticos que permitan la confrontación repetida con las estructuras rigidizadas de la personalidad para que puedan romperse y permitir la continuación del desarrollo hacia metas superiores. Esto significa el establecimiento de programas públicos y privados de atención al individuo y a la familia, de manera que se exploren las medidas de intervención que puedan estimular el rompimiento con una autoimagen históricamente cristalizada a través de siglos y de muchas generaciones que la transmiten y la refuerzan. No es posible saber si las instituciones públicas y privadas, de suyo reaccionarias y defensoras del status quo, puedan prohijar estas ideas, pues temen que lo primero que van a perder son sus clientes. Si tuvieran una visión más amplia que la de sus ambiciones inmediatas y sus temores centenarios, invertirían en proyectos de esta naturaleza, aunque fuera para seguir teniendo clientela y desarrollarse ellas mismas.

viernes, 19 de noviembre de 2010

EL CAMINO RECORRIDO, CINCUENTA AÑOS DESPUES--------

A lo largo de los últimos años, los compañeros de la generación 53 de la Facultad de Medicina de la UNAM nos hemos estado reuniendo en un desayuno mensual que nos ha llevado a distintas celebraciones de nuestra historia común, algunas formales y otras como actividades sencillas de intercambio, nostalgia y relatos. Ahora nos aproximamos a cumplir cincuenta años de haber terminado la carrera, y al mirar atrás y ver el camino recorrido, siento la invitación a hacer un relato de lo que me ha tocado forjar, protagonizar o simplemente presenciar en medio siglo de ejercicio profesional en el campo de mi especialidad.

Yo decidí estudiar Medicina para hacerme psiquiatra y aspirar a convertirme en psicoanalista, todo ello a partir de una adolescencia que buscaba intensamente las explicaciones de los fenómenos físicos, mentales, emocionales y sociales que forman parte de tan tormentosa etapa de la vida. Me tocó enfrentar que la preparación en Psiquiatría, artesanal entonces en mi país, tenía programas estructurados en otras partes, y emigré a Montreal para formarme como psiquiatra y a Chicago para hacerme especialista en niños y adolescentes.
Durante mis años de residencia especializada, la Psiquiatría disfrutaba del movimiento de disminuir las estancias en hospitales psiquiátricos, gracias al auge de una abigarrada generación de medicamentos antipsicóticos derivados de la cloropromazina, y de los antideptresivos tricíclicos. Estos medicamentos transformaron la hospitalización, de custodial por largo tiempo, al control y compensación de cuadros severos en pocas semanas o meses, reintegrando un alto porcentaje de pacientes a cierto grado de funcionalidad en sus comunidades.
Los siguientes años fueron de pugna entre la Psiquiatría Dinámica y la Psicofarmacología. Algunos propugnaban por el uso intensivo de medicamentos y descalificaban las psicoterapias como inútiles; a su vez, los psicoterapeutas y psicoanalistas llamaban a esta postura una exageración deshumanizante, y defendían las intervenciones psicoterapéuticas como las únicas válidas. Los colegas más cercanos a las Neurociencias y a la Psicofarmacología pensaban que era suficiente con la intervención bioquímica en los intercambios neuronales para modificar las enfermedades y hasta las funciones mentales en sí mismas. Por el contrario, los psicoterapeutas y psicoanalistas pretendían que todo era modificable mediante interpretaciones psicodinámicas, o aprendizajes nuevos, o con la modificación de la conducta normal o patológica.
El desarrollo de las Neurociencias y de la Genética han ido diferenciando las funciones que cada tipo de intervención desempeña en el tratamiento psiquiátrico, contribuyendo a la mejor comprensión de los diferentes diagnósticos que hacemos. Así, nos asomamos a enfermedades que ahora se entienden en sus mecanismos biológicos como el trastorno bipolar, la esquizofrenia, las depresiones mayores o endógenas y otras. Por otro lado, se han podido comprobar evidencias imagenológicas y metabólicas de cambios biológicos que se deben, sin duda, a intervenciones psicoterapéuticas, por lo que las pugnas excluyentes hace tiempo que no tienen razón de ser.
Es como si fuéramos entendiendo que el “hardware” del Sistema nervioso Central tuviera una serie de programas o “software”, que eslabonan a miles de conexiones por las que circulan contenidos específicos en “megabytes” que, merced a la simbolización que el propio individuo hace de sus materiales clave, va modificando las conexiones y la intensidad de lo que circula entre las conexiones, con efectos notables hasta en las estructuras neurológicas afectadas. Lo mismo se puede medir como los efectos de los medicamentos que como efecto de las experiencias de vida, y los especialistas estamos obligados a saber de las múltiples aportaciones al conocimiento del devenir mental, sano o enfermo, haciendo uso de modelos múltiples que nos permiten una comprensión cada vez mejor de la actividad de la mente.
En nuestro país, se fueron formando instituciones y servicios desde la década de 1940. Cuando se aproximaba mi regreso, el “pabellón de niños” de la vieja Castañeda se estaba transformando en el Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”; el flamante Instituto Nacional de Neurología iniciaba servicios de Psiquiatría Infantil; funcionaban, desde años atrás, la Clínica de la Conducta y el servicio de Higiene Mental del Hospital Infantil de México, así como el Tribunal para Menores y otros aspectos de la Psiquiatría Infantil forense.
En estas instituciones, el personal clave estaba formado por un buen número de psiquiatras y psicoanalistas que no tenían una formación académica específica en Psiquiatría Infantil, pero todos ellos eran profesionistas inteligentes y creativos, estudiosos e informados de lo que se desarrollaba en el mundo en esta subespecialidad de la Psiquiatría.
Cuando regresé a México, y en los años subsiguientes, regresaron también algunos compañeros que habían recorrido el mismo camino, y al reconocernos, comenzamos a formar un núcleo de “especialistas formales” que dialogamos fraternalmente con los colegas que llevaban tiempo ocupándose de hacer Psiquiatría Infantojuvenil en las instituciones asistenciales, en la consulta privada y en los ambientes académicos. Poco a poco se hizo un solo grupo, hasta que decidimos fundar la Asociación Mexicana de Psiquiatría Infantil (AMPI), proponer un curso formativo de la subespecialidad, incorporarnos a la vida institucional y ofrecer diversos niveles de conocimientos, formaciones y divulgación de nuestro trabajo.

En esta dinámica, lo que ya había de servicios, principalmente la Clínica de la Conducta en la SEP, el Servicio de Higiene Mental en el Hospital Infantil y de Psiquiatría infantil en el Instituto Nacional de Neurología, y los servicios del Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”, entonces flamante y recién inaugurado, se vieron complementados en el Hospital del Niño IMAN, hoy Instituto Nacional de Pediatría, en el servicio correspondiente del Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional del IMSS, y con servicios o especialistas en diversas áreas del Instituto Nacional de Neurología, del IMSS y del ISSSTE. Más recientemente, la creación del Instituto Nacional de Psiquiatría abrió un espacio nuevo para la investigación, las subespecialidades y la capacitación de posgrado, en el que se incluyen algunas actividades, sobre todo académicas y de investigación, dentro de la Psiquiatría Infantil. Tanto los pioneros de esta subespecialidad, como los “nuevos” que fuimos llegando, trabajábamos en todos estos escenarios, participábamos en la docencia en el Curso (Maestría) de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia en la Facultad de Medicina de la UNAM, y en otros muchos cursos para psiquiatras, psicólogos, educadores de diversas escuelas, terapeutas de todo tipo y público abierto, en aulas, auditorios, escuelas, periódicos, radio y televisión.

Con el paso de los años, nuestros alumnos se han quedado trabajando productivamente en las instituciones, en las sociedades médicas, en las universidades y en los medios de comunicación. Naturalmente, aquellos que han tenido los atributos personales de liderazgo, o el apadrinamiento de los altos funcionarios, han tenido oportunidades para lograr metas personales en la vida institucional, en los ámbitos académicos o para destacar en la vida social de sus comunidades. Por el contrario, el grueso de las actividades de la Psiquiatría Infantil han adolecido de no tener sus “campeones” políticos y sociales, ya que en nuestro país solamente reciben atención los niños y adolescentes que pueden ser explotados para efectos televisivos o narcisismos políticos. Muestra de ello es que el único hospital psiquiátrico para niños y adolescentes del país recibe, desde hace años, la amenaza de desaparecer porque viste más la Cancerología, el Genoma Humano o el poder del “grupo brillante” en turno.


Lo verdaderamente importante es que estos esfuerzos han tenido la continuidad de lo que constituye la dinámica de la subespecialidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia: comienza con el estudio constante y a profundidad del proceso del desarrollo del ser humano, considera que la Psicopatología es una desviación de lo que sería el desarrollo esperado para cada paciente, dadas sus condiciones biológicas, psicológicas y sociales, y trabaja en conjunto con otras disciplinas para procurar la realización de potencial de cada niño, adolescente y su familia. Así, los trabajos de los paidopsiquiatras se conjugan con los de los pediatras, psicólogos, neurólogos, terapeutas de lenguaje y aprendizaje, maestros, psicoterapeutas de diversas escuelas, padres, abuelos, hermanos y tíos, etcétera. La comparación entre lo que se manejaba conceptualmente antes y lo que ahora es conocimiento en todos los niveles habla de un idioma compartido por toda esta gente en la actualidad: curiosidad y conocimientos reales acerca del desarrollo, que se escuchan desde los núcleos familiares hasta los teóricos de la Pedagogía, de la Sociología, de la Antropología y de la Ciencia Política, indicadores todos de cómo la visión del ser humano como organismo en evolución fija la perspectiva de todos.

Este campo, el desarrollo del ser humano, está presente en la visión de un alto porcentaje de la población actual, tanto lega como profesional. Tiene consecuencias que apenas se encuentran en formulaciones nuevas de leyes y reglamentos, en las acciones que buscan complementar a la familia para detener y evitar el abandono, el abuso y el maltrato que desafortunadamente se descubren con mayor frecuencia cada vez en nuestras poblaciones. Comienzan a tener relevancia en las aproximaciones científicas a los programas escolares, a pesar de que se encuentran tan lamentablemente contaminados por las luchas de poder. Las acciones filantrópicas de distintos grupos comienzan también a incluir los parámetros del desarrollo en la consideración de sus programas, y a utilizarlos en la medición de sus resultados.

Desgraciadamente, no ha habido un crecimiento mayor de nuestra especialidad porque los funcionarios responsables de crear servicios y programas no comparten esta visión a largo plazo de lo que es la atención a la salud mental en los tres niveles de prevención, porque no se han abierto mayores espacios formativos para la Psiquiatría Infantil y porque aún las instituciones que la practican son vulnerables a la miopía de autoridades que son capaces de cerrar un hospital en lugar de multiplicarlo por todo el país. Acaso es porque la visión del desarrollo abarca más de un sexenio, no grita con machetes en ninguna parte ni interrumpe el tránsito, o bien porque la ignorancia no duele…..

En lo personal, en medio de esta dinámica institucional y académica, fui llegando a las siguientes metas en mi plan de vida: me preparé como psicoanalista, como psicoanalista de niños y adolescentes y como analista didacta. Los conocimientos a los que me asomé como adolescente se fueron convirtiendo en mi campo profesional, expresado en el desempeño de funciones institucionales de diversas magnitudes, pero más que nada en el ejercicio clínico, en la docencia y con una pluma relativamente conocida. La conservación de nuestras relaciones personales, societarias e institucionales con otros países nos permite medir cuáles desarrollos de nuestro trabajo constituyen un avance y cuáles no, y por qué razones. El criterio que ejercemos ajustados a nuestra realidad nacional forma parte del diálogo internacional continuo que celebramos con nuestros colegas de otras latitudes, y nos permite participar en congresos, cursos, intercambios acadèmicos y clínicos, etc.


El paso de medio siglo me ha permitido seguir creciendo y desarrollándome, junto con mis colegas de especialidad, y con muchos de los compañeros de la generación 53 con los que sigo en contacto. Algunos de ellos forman parte de mi mundo desde la secundaria o la Prepa 1 de San Ildefonso, pero todos compartimos tiempos de excelencia en la Facultad de Medicina, y somos herederos del ejemplo de maestros, de la enjundia de nuestros pares, y del estímulo de nuestros pacientes para seguir avanzando en el trabajo clínico, en la enseñanza y en la investigación.

EL CAMINO RECORRIDO, CINCUENTA AÑOS DESPUES--------

A lo largo de los últimos años, los compañeros de la generación 53 de la Facultad de Medicina de la UNAM nos hemos estado reuniendo en un desayuno mensual que nos ha llevado a distintas celebraciones de nuestra historia común, algunas formales y otras como actividades sencillas de intercambio, nostalgia y relatos. Ahora nos aproximamos a cumplir cincuenta años de haber terminado la carrera, y al mirar atrás y ver el camino recorrido, siento la invitación a hacer un relato de lo que me ha tocado forjar, protagonizar o simplemente presenciar en medio siglo de ejercicio profesional en el campo de mi especialidad.

Yo decidí estudiar Medicina para hacerme psiquiatra y aspirar a convertirme en psicoanalista, todo ello a partir de una adolescencia que buscaba intensamente las explicaciones de los fenómenos físicos, mentales, emocionales y sociales que forman parte de tan tormentosa etapa de la vida. Me tocó enfrentar que la preparación en Psiquiatría, artesanal entonces en mi país, tenía programas estructurados en otras partes, y emigré a Montreal para formarme como psiquiatra y a Chicago para hacerme especialista en niños y adolescentes.
Durante mis años de residencia especializada, la Psiquiatría disfrutaba del movimiento de disminuir las estancias en hospitales psiquiátricos, gracias al auge de una abigarrada generación de medicamentos antipsicóticos derivados de la cloropromazina, y de los antideptresivos tricíclicos. Estos medicamentos transformaron la hospitalización, de custodial por largo tiempo, al control y compensación de cuadros severos en pocas semanas o meses, reintegrando un alto porcentaje de pacientes a cierto grado de funcionalidad en sus comunidades.
Los siguientes años fueron de pugna entre la Psiquiatría Dinámica y la Psicofarmacología. Algunos propugnaban por el uso intensivo de medicamentos y descalificaban las psicoterapias como inútiles; a su vez, los psicoterapeutas y psicoanalistas llamaban a esta postura una exageración deshumanizante, y defendían las intervenciones psicoterapéuticas como las únicas válidas. Los colegas más cercanos a las Neurociencias y a la Psicofarmacología pensaban que era suficiente con la intervención bioquímica en los intercambios neuronales para modificar las enfermedades y hasta las funciones mentales en sí mismas. Por el contrario, los psicoterapeutas y psicoanalistas pretendían que todo era modificable mediante interpretaciones psicodinámicas, o aprendizajes nuevos, o con la modificación de la conducta normal o patológica.
El desarrollo de las Neurociencias y de la Genética han ido diferenciando las funciones que cada tipo de intervención desempeña en el tratamiento psiquiátrico, contribuyendo a la mejor comprensión de los diferentes diagnósticos que hacemos. Así, nos asomamos a enfermedades que ahora se entienden en sus mecanismos biológicos como el trastorno bipolar, la esquizofrenia, las depresiones mayores o endógenas y otras. Por otro lado, se han podido comprobar evidencias imagenológicas y metabólicas de cambios biológicos que se deben, sin duda, a intervenciones psicoterapéuticas, por lo que las pugnas excluyentes hace tiempo que no tienen razón de ser.
Es como si fuéramos entendiendo que el “hardware” del Sistema nervioso Central tuviera una serie de programas o “software”, que eslabonan a miles de conexiones por las que circulan contenidos específicos en “megabytes” que, merced a la simbolización que el propio individuo hace de sus materiales clave, va modificando las conexiones y la intensidad de lo que circula entre las conexiones, con efectos notables hasta en las estructuras neurológicas afectadas. Lo mismo se puede medir como los efectos de los medicamentos que como efecto de las experiencias de vida, y los especialistas estamos obligados a saber de las múltiples aportaciones al conocimiento del devenir mental, sano o enfermo, haciendo uso de modelos múltiples que nos permiten una comprensión cada vez mejor de la actividad de la mente.
En nuestro país, se fueron formando instituciones y servicios desde la década de 1940. Cuando se aproximaba mi regreso, el “pabellón de niños” de la vieja Castañeda se estaba transformando en el Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”; el flamante Instituto Nacional de Neurología iniciaba servicios de Psiquiatría Infantil; funcionaban, desde años atrás, la Clínica de la Conducta y el servicio de Higiene Mental del Hospital Infantil de México, así como el Tribunal para Menores y otros aspectos de la Psiquiatría Infantil forense.
En estas instituciones, el personal clave estaba formado por un buen número de psiquiatras y psicoanalistas que no tenían una formación académica específica en Psiquiatría Infantil, pero todos ellos eran profesionistas inteligentes y creativos, estudiosos e informados de lo que se desarrollaba en el mundo en esta subespecialidad de la Psiquiatría.
Cuando regresé a México, y en los años subsiguientes, regresaron también algunos compañeros que habían recorrido el mismo camino, y al reconocernos, comenzamos a formar un núcleo de “especialistas formales” que dialogamos fraternalmente con los colegas que llevaban tiempo ocupándose de hacer Psiquiatría Infantojuvenil en las instituciones asistenciales, en la consulta privada y en los ambientes académicos. Poco a poco se hizo un solo grupo, hasta que decidimos fundar la Asociación Mexicana de Psiquiatría Infantil (AMPI), proponer un curso formativo de la subespecialidad, incorporarnos a la vida institucional y ofrecer diversos niveles de conocimientos, formaciones y divulgación de nuestro trabajo.

En esta dinámica, lo que ya había de servicios, principalmente la Clínica de la Conducta en la SEP, el Servicio de Higiene Mental en el Hospital Infantil y de Psiquiatría infantil en el Instituto Nacional de Neurología, y los servicios del Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”, entonces flamante y recién inaugurado, se vieron complementados en el Hospital del Niño IMAN, hoy Instituto Nacional de Pediatría, en el servicio correspondiente del Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional del IMSS, y con servicios o especialistas en diversas áreas del Instituto Nacional de Neurología, del IMSS y del ISSSTE. Más recientemente, la creación del Instituto Nacional de Psiquiatría abrió un espacio nuevo para la investigación, las subespecialidades y la capacitación de posgrado, en el que se incluyen algunas actividades, sobre todo académicas y de investigación, dentro de la Psiquiatría Infantil. Tanto los pioneros de esta subespecialidad, como los “nuevos” que fuimos llegando, trabajábamos en todos estos escenarios, participábamos en la docencia en el Curso (Maestría) de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia en la Facultad de Medicina de la UNAM, y en otros muchos cursos para psiquiatras, psicólogos, educadores de diversas escuelas, terapeutas de todo tipo y público abierto, en aulas, auditorios, escuelas, periódicos, radio y televisión.

Con el paso de los años, nuestros alumnos se han quedado trabajando productivamente en las instituciones, en las sociedades médicas, en las universidades y en los medios de comunicación. Naturalmente, aquellos que han tenido los atributos personales de liderazgo, o el apadrinamiento de los altos funcionarios, han tenido oportunidades para lograr metas personales en la vida institucional, en los ámbitos académicos o para destacar en la vida social de sus comunidades. Por el contrario, el grueso de las actividades de la Psiquiatría Infantil han adolecido de no tener sus “campeones” políticos y sociales, ya que en nuestro país solamente reciben atención los niños y adolescentes que pueden ser explotados para efectos televisivos o narcisismos políticos. Muestra de ello es que el único hospital psiquiátrico para niños y adolescentes del país recibe, desde hace años, la amenaza de desaparecer porque viste más la Cancerología, el Genoma Humano o el poder del “grupo brillante” en turno.


Lo verdaderamente importante es que estos esfuerzos han tenido la continuidad de lo que constituye la dinámica de la subespecialidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia: comienza con el estudio constante y a profundidad del proceso del desarrollo del ser humano, considera que la Psicopatología es una desviación de lo que sería el desarrollo esperado para cada paciente, dadas sus condiciones biológicas, psicológicas y sociales, y trabaja en conjunto con otras disciplinas para procurar la realización de potencial de cada niño, adolescente y su familia. Así, los trabajos de los paidopsiquiatras se conjugan con los de los pediatras, psicólogos, neurólogos, terapeutas de lenguaje y aprendizaje, maestros, psicoterapeutas de diversas escuelas, padres, abuelos, hermanos y tíos, etcétera. La comparación entre lo que se manejaba conceptualmente antes y lo que ahora es conocimiento en todos los niveles habla de un idioma compartido por toda esta gente en la actualidad: curiosidad y conocimientos reales acerca del desarrollo, que se escuchan desde los núcleos familiares hasta los teóricos de la Pedagogía, de la Sociología, de la Antropología y de la Ciencia Política, indicadores todos de cómo la visión del ser humano como organismo en evolución fija la perspectiva de todos.

Este campo, el desarrollo del ser humano, está presente en la visión de un alto porcentaje de la población actual, tanto lega como profesional. Tiene consecuencias que apenas se encuentran en formulaciones nuevas de leyes y reglamentos, en las acciones que buscan complementar a la familia para detener y evitar el abandono, el abuso y el maltrato que desafortunadamente se descubren con mayor frecuencia cada vez en nuestras poblaciones. Comienzan a tener relevancia en las aproximaciones científicas a los programas escolares, a pesar de que se encuentran tan lamentablemente contaminados por las luchas de poder. Las acciones filantrópicas de distintos grupos comienzan también a incluir los parámetros del desarrollo en la consideración de sus programas, y a utilizarlos en la medición de sus resultados.

Desgraciadamente, no ha habido un crecimiento mayor de nuestra especialidad porque los funcionarios responsables de crear servicios y programas no comparten esta visión a largo plazo de lo que es la atención a la salud mental en los tres niveles de prevención, porque no se han abierto mayores espacios formativos para la Psiquiatría Infantil y porque aún las instituciones que la practican son vulnerables a la miopía de autoridades que son capaces de cerrar un hospital en lugar de multiplicarlo por todo el país. Acaso es porque la visión del desarrollo abarca más de un sexenio, no grita con machetes en ninguna parte ni interrumpe el tránsito, o bien porque la ignorancia no duele…..

En lo personal, en medio de esta dinámica institucional y académica, fui llegando a las siguientes metas en mi plan de vida: me preparé como psicoanalista, como psicoanalista de niños y adolescentes y como analista didacta. Los conocimientos a los que me asomé como adolescente se fueron convirtiendo en mi campo profesional, expresado en el desempeño de funciones institucionales de diversas magnitudes, pero más que nada en el ejercicio clínico, en la docencia y con una pluma relativamente conocida. La conservación de nuestras relaciones personales, societarias e institucionales con otros países nos permite medir cuáles desarrollos de nuestro trabajo constituyen un avance y cuáles no, y por qué razones. El criterio que ejercemos ajustados a nuestra realidad nacional forma parte del diálogo internacional continuo que celebramos con nuestros colegas de otras latitudes, y nos permite participar en congresos, cursos, intercambios acadèmicos y clínicos, etc.


El paso de medio siglo me ha permitido seguir creciendo y desarrollándome, junto con mis colegas de especialidad, y con muchos de los compañeros de la generación 53 con los que sigo en contacto. Algunos de ellos forman parte de mi mundo desde la secundaria o la Prepa 1 de San Ildefonso, pero todos compartimos tiempos de excelencia en la Facultad de Medicina, y somos herederos del ejemplo de maestros, de la enjundia de nuestros pares, y del estímulo de nuestros pacientes para seguir avanzando en el trabajo clínico, en la enseñanza y en la investigación.

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