jueves, 8 de marzo de 2018

No necesito La Ballena Azul. Tengo La Ballena Rosa.


El desarrollo explosivo que han tenido las llamadas redes sociales ha permitido –y de hecho demandado– la multiplicación de los contenidos de los mensajes que circulan por ellas. Esto ha propiciado una competencia muy intensa por la atención de quienes circulan por estas redes de comunicación masiva, haciendo uso de materiales descriptivos, ilustraciones, videos e imágenes, que advirtiéndolo o no, van subiendo el tono escandaloso de lo que se comunica en esta competencia.
De esta manera, los contenidos que podemos encontrar van a llamar la atención, muchas veces a través de relatos o imágenes impresionantes. Esto va llevando a una proporción creciente de episodios desagradables, de imágenes o videos escandalosos que consideran poco la sensibilidad del receptor del mensaje, afectando así la sensibilidad de los niños ante informaciones prematuras, o de los adultos frente a contenidos impresionantes de diversos tipos.
En estas consideraciones, ocupan un lugar importante los llamados o las invitaciones a buscar experiencias nuevas cada vez más atrevidas, muchas veces llevadas a extremos peligrosos sin considerar el potencial de daño que puedan ocasionar a quienes se aventuran a seguir el desafío y responder a él. Esto incluye concursos de desafíos de peligrosidad creciente como en la película Nerve (Netflix) de cuño reciente, aventuras sexuales y desafíos de proezas físicas peligrosas para quienes no están entrenados.
Una de estas series de desafíos se ha llevado al extremo de acercarse a la decisión acerca del suicidio del protagonista que acepta seguir la secuencia. Lo que se ha llamado La Ballena Azul sigue un camino negador de las capacidades para disfrutar o para las aventuras constructivas, buscando extremos que llegan a plantear situaciones peligrosas o destructivas, como si la visión de la vida, que tienen quienes se aventuran por ese camino, fuera de un cuestionamiento nihilista, con la negación de las inmensas posibilidades que tenemos los seres humanos de contribuir al mejoramiento de cada uno de nosotros.
Así son los planteamientos que crecientemente aparecen en las redes sociales: cada vez más impresionantes, cada vez más escandalosos, cada vez más destructivos, cada vez propugnando por visiones del ser humano como empobrecidodesafiado a sufrir y en última instancia, desechable porque se equivocó o no pudo lograr lo que se le pidió.
Aquí, por todo lo que encuentro en esas comunicaciones, deseo expresar una protesta:
¡Basta ya de buscar el choque negador de la bondad del ser humano! Propongo que el ser humano es un conjunto enorme de posibilidades positivas y que engancharse con los mensajes ruidosos, espectaculares y destructivos –cada vez más comunes– sin tener en cuenta los valores positivos, es un desperdicio: cuando sin cuestionarlo, vamos aceptando que somos desechables, sin valor.
Hago eco a los contenidos de los mensajes en redes sociales cuando reconocen que frente a las dificultades de todo tipo que la realidad de la vida nos impone a resolver, la esencia del ser humano tiene contenidos que permitan buscar y plantear soluciones que, aunque representen dificultades, somos capaces de llevar a cabo.  Muchas veces la realidad de nuestro crecimiento y desarrollo como personas nos plantea retos más difíciles que los que plantean los escépticos depresivos en las redes sociales. Muchas veces vemos frente a nosotros estos retos de vida que tienen que ver con nuestro crecimiento y nuestro desarrollo esperado y deseado, como abrumadoras tareas irrealizables, pero acometemos nuestros intentos de solución con el espíritu alto y no derrotados de antemano (!).
¿Cuántas veces podemos hacer más, si estamos inspirados? ¿Cuántas veces nuestra enjundia procede de la insatisfacción y el enojo? ¿Cuántas veces la búsqueda de lo bello nos permite superar lo siniestro, protestar ante lo desagradable o destructivo?
Ésta es una de esas veces. Es una invitación a mirarnos y a decidir que el ser humano está lleno de potencialidades para realizar el desarrollo de su persona más allá de lo que pensaba. En ese mundo interno, en el que decidimos qué hacer, llegamos más lejos, más alto y con más fuerza cuando nos sentimos capaces que cuando nos damos por vencidos.
Creo que no necesito La Ballena Azul. Tengo La Ballena Rosa.
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El Perseguidor desconocido de "13reasonsWhy"

Con el sello de Netflix como productora, circula una serie llamada 13 Razones “para matarme” que ha despertado el interés de los adolescentes y no pocas controversias entre los adultos. Trata de la descripción que hace Hannah Baker (la protagonista ya suicidada), de las personas y las situaciones en las que se vio involucrada con el grupo específico de sus compañeros preparatorianos en la escuela donde forman parte de una comunidad numerosa, que fue seleccionando para efectos de ese relato.
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Hannah deja el relato descrito desde su óptica en 13 audiocassettes, con que selecciona a una persona con la que la protagonista tuvo contacto específico. Así va describiendo los episodios de una convivencia con ellos y también con ellas, puestos en términos de una búsqueda angustiada de sentir su pertenencia, de sentirse escuchada, entendida y atendida. Siente y califica a cada uno de sus contactos como alguien que fracasó al reaccionar hacia ella como que no proveyó la respuesta esperada o deseada, hasta que se quedó Hannah sin alguien que, con su presencia resolvedora, evite que ella se suicide.
El largo camino que recorre, tratando de encontrar comprensión y pertenencia, va describiendo a los distintos personajes de su comunidad educativa, cada uno un ejemplo de patología adolescente que confronta al espectador con el fenómeno clínico de cómo en su grupo se escenificaron las conductas patológicas bajo la guisa de ser actuaciones adolescentes de poca importancia.
Este fenómeno grupal también ilustra cómo se van seleccionando a aquellos que sobresalen por logros reales, al igual que a los que buscan compensar carencias o traumas de sus vidas personales. Así inicialmente se pierde la perspectiva de lo que es normal y de lo que no lo es. Las descripciones de Hannah nos muestran lo que hay detrás de las conductas manifiestas, la angustia y el sufrimiento de los adolescentes en su proceso de desarrollo.
Este es el misterio no resuelto de lo que pasó con Hannah: ¿Dónde estaba la ayuda y la comprensión que ella necesitaba para no terminar con su vida? En cada ejemplo que ella pone, en cada personaje que describe, lo que resulta es un desencuentro con las personas-objetos con quienes se va poniendo en contacto, hasta que opta por la terminación de su vida.
La manera elegida por Hannah en Thirteen Reasons Why para describir su trayecto de la vida hacia la muerte es pues la descripción de un intento fallido de enlazar con una persona buscando una sensación de pertenencia —con ella o con él— y a través de esa persona, la pertenencia identificatoria con el grupo. No hay que olvidar dos cosas ligadas entre sí. Primero: los adolescentes requieren en momentos importantes de su etapa, que su persona, que su identidad y que su representación para sí mismos, sean las que comparten con el grupo al que pertenecen.  Y en segundo lugar: cuando esto no sucede, ocurre con frecuencia la sensación de no ser nadie o de no existir o de no saber quién es.
Esto era el núcleo de la angustia existencial que Hannah trataba de resolver con sus acercamientos a las personas o con sus conductas en el grupo con el que convivía en la escuela.
El medio que Hannah eligió para describir su sufrimiento y los fracasos de sus intentos por sobrevivir y definirse como persona, consistió en trece audiocassettesgrabados por ella. En cada uno, relata la experiencia de su acercamiento a la pertenencia al grupo a través de una relación específica y en momentos específicos de la convivencia tales como eventos, su asistencia sola o acompañada y de lo que sucedió como respuesta a su presencia allí. El hecho de que la existencia de estos cassettes fuera conocida por la comunidad escolar de manera póstuma, con poca información acerca de sus contenidos, generó una reacción de miedo persecutorio en los componentes de ese grupo de personas que, de alguna manera y en algún momento, fueron protagonistas de interacciones con Hannah.
Se desató entonces una huida emocional que pronto hizo del miedo el motor principal de la dinámica en el grupo.
La mayoría decidió que lo mejor era ignorar hasta la existencia misma de los cassettes y sus contenidos. Trataban de evitar que se mencionaran en sus conversaciones, sobretodo lejos de padres, consejeros o maestros; se hablaba de ellos —inevitablemente— en los pequeños grupos en los lugares privados y se desató la defensividad tratando de negar que existían los cassettes o que se conocía su contenido, o que tuvieran relevancia en la vida de esa comunidad.
Una reacción colectiva de esa magnitud hace del miedo casi un personajeque acecha a individuos y a grupos.
En el caso de esta serie, el miedo a ser descubierto como culpable en la motivación de Hannah para terminar con su vida parece dar vida a un fantasma que hace de quienes convivieron con ella, culpables de haberla orillado al suicidio. Las descripciones de esta persona central (Hannah Baker) parecen apuntar siempre al fracaso de sus intentos por hacer contacto con integrantes de este grupo escolar, de quienes Hannah esperó respuestas que no se dieron o agresiones que sí se dieron.
Finalmente, la serie desemboca en la circunstancia realista de que el caso se abre a la investigación policiaca y se producen las declaraciones de quienes conocieron o tuvieron contacto con Hannah. Se van disipando los nubarrones de la persecución temida, aunque los sentimientos de culpa persistan en varios personajes (con razón o sin ella) según sea el caso: por acusaciones explícitas de agresiones reales, por acusaciones implícitas de actitudes percibidas por Hannah o con sentimientos con los que se quedan algunos chicos, como sucede notablemente con Clay Jensen.
La experiencia clínica con individuos y con grupos, cuando ocurre una secuencia de eventos dolorosos y traumáticos como los que relata esta serie, ha comprobado que el abordaje terapéutico debe ser tan pronto como sea posible y tan abiertamente explorador de los contenidos dolorosos como lo toleren los afectados, de acuerdo con las normas técnicas que se sigan.
En el caso que nos ocupa, tanto el planteamiento de Hannah como la reacción defensiva, a nivel individual y a nivel grupal, hizo del miedo persecutorio un personaje casi real, interfiriendo con lo que la comunidad escolar podría haber hecho si se hubiera abierto la temática desde que surgió, a raíz del desafortunado final en la vida de Hannah.
La oportunidad de explorar las opiniones de adolescentes acerca de esta serie ha sido escasa y la mayoría de sus respuestas parece que ha sido de poca reactividad. Hace que uno se pregunte si el fantasma (miedo) de la culpa persecutoria pueda tener resonancias en parte, del posible auditorio joven (!).

¿De qué tamaño es tu mundo?

Cada ser humano vive en la frontera que divide y une dos mundos: por un lado existe el mundo interior, hecho de aquellas características personales que definen y dibujan al individuo que vive en ese lado interno, desde donde se gobiernan las conductas que surgen de las decisiones que el propio individuo toma.
El otro lado, que comienza en la piel del sujeto, es el mundo externo que constituye el trozo del mundo en el que el individuo vive y que abarca todos los elementos del mundo exterior, desde la ropa que se pone hasta el punto más distante que pueda vislumbrar, conocer, participar y hasta aspirar a llegar, como sucede con las metas para la vida que nos podemos trazar.
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Desde esta posición en la frontera de lo interno y lo externo, vivimos todos los días de nuestra vida: planeamos, actuamos, conocemos, abordamos primero en nuestra imaginación y después en las acciones que nos hacen protagonistas. Entonces llegamos, actuamos de preferencia con un plan secuenciado y tratamos de lograr cada una de nuestras metas. El conocimiento de este mundo externo nos va llevando a las formulaciones cada vez más amplias de nuestros planes. Vamos expandiendo nuestra actividad protagónica en la medida en que este mundo allá afuera nos llama, lo conocemos en parte, imaginamos lo que nos ofrece, decidimos participar y de acuerdo con un plan, emprendemos ese camino.
¿Cómo hacemos todo esto? ¿De qué manera estamos hechos, que podemos funcionar en el mundo externo? Las respuestas están por supuesto en el mundo interno, ese lugar a donde llega la información de lo que hay allá afuera, información que entra a un proceso primero de conocimiento (percepción, comprensión, jerarquización, entendimiento, conocimiento). El individuo analiza, comprende y decide qué, de lo que ve afuera, le llama a participar o cuando menos a explorar, comienza por imaginar cómo puede ser, qué puede encontrar, qué quiere lograr con su participación y hasta dónde quiere llegar en el conocimiento, participación y hasta en el manejo del mundo que lo rodea.
Estos dos mundos comienzan en el principio de cada vida, siendo pequeñitos.  Van creciendo en la medida en que se alimentan mutuamente: el mundo interior va guardando las imágenes y todo lo que hay que saber de un mundo externo que se siente enorme, peligroso y abrumador en un principio, pero va siendo gradualmente objeto de curiosidad, exploración, percepción y finalmente conocimiento. Si vemos a los niños pequeños, este proceso es fácilmente observable y podemos irlo siguiendo, tanto en el actuar “afuera” como en el  de constatar “adentro” en la manera directa en la que los niños transcurren por el mundo externo, incluidos nosotros los observadores, o expresan su conocimiento de su mundo interno, si nos eligen como interlocutores.
Podemos hacer lo mismo como un ejercicio para conocernos. El recuerdo de nuestras visiones más tempranas nos ofrece un punto de partida doble, el principio de nuestra vida, que podemos seguir como la secuencia de lo que nuestro Yo interno ha ido conociendo, de lo que ha ido dando forma a quiénes somos y cómo somos, y a las dimensiones de aquellos espacios que nos ha tocado recorrer y explorar del mundo exterior. También podemos repasar lo que hemos recorrido para decidir hacia dónde dirigir nuestras exploraciones actuales y las rutas que nos gustaría seguir en el futuro. Dentro del mundo interior, podemos hacer un recuento de lo que las experiencias nos han dejado, para decidir lo que podemos hacer como plan para nuevas exploraciones que, al expandir nuestra exploración de lo externo, nos deje dividendos en lo interno, de conocimientos, de experiencias, de posesiones o de funciones nuevas haciendo que el mundo externo vaya dejando nuevas estructuras en el mundo interno.
Día con día, nos demos cuenta de ello o no, este proceso de mediar entre nuestro mundo interno y nuestro mundo externo se va dando. Sólo tenemos que tomar conciencia de lo que pensamos y decidimos a cada momento dentro de nosotros mismos o de lo que decidimos, emprendemos y terminamos en el mundo que nos rodea, en el escenario real de nuestras vidas, que compartimos con el resto de la humanidad.
En ese proceso, no caben ni personas ajenas, ni máquinas que ayuden a nada. Estamos desnudos al mando de la nave de cada una de nuestras vidas. Estamos solos, sin padres ni maestros, a menos que acudamos a ellos. Pero en última instancia, decidimos y manejamos lo que pasa entre un mundo y otro de cada una de nuestras vidas.
Así que:
¿De qué tamaño es tu mundo?

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